martes, diciembre 29, 2009

La hallaca

Cuenta la leyenda que el origen de la hallaca, popular plato navideño venezolano, se remonta a la época de la colonia. En aquel entonces, los indios que trabajaban para los criollos comían unos bollos o tamales a base de maíz que rellenaban con las sobras de comida que les dejaban sus patrones. En una cierta navidad, los criollos, quienes solían celebrar con grandes fiestas y comilonas, enfurecieron a las autoridades eclesiásticas con ese trato hacia los indios. Por esta causa, les exhortaron a que comieran como los indios que trabajaban para ellos. Los criollos, temerosos de un castigo divino, comenzaron a preparar el plato, pero ya no con sobras putrefactas, sino con carne e ingredientes de primera. Y así nació la hallaca como la conocemos hoy. Inclusive se dice que el nombre hallaca viene de “allá-y-acá” en referencia a que la comen los indios –allá- y los patrones –acá-.

En estas navidades ese “allá-y-acá” me ha estado rebotando entre las sienes como un pedazo de hierro candente. Me parece ineludible que hasta el origen de nuestro más conocido plato navideño emule nuestra marca de fábrica: el hecho de que los que siempre hemos vivido “acá” con más educación y recursos ignoremos a los de “allá” en los barrios pobres, sin instrucción, con pocas posibilidades de salir de allí y tener una vida más digna. Me quedo pensando en cómo estamos entrenados para ignorar al prójimo. Y tal vez esa sea la forma de sobrevivir emocionalmente en Venezuela: el blindarse, el no sentir nada frente a la necesidad ajena. Si no fuera así, sufriríamos mucho al ver a un niño de la calle, o al leer un periódico y enterarnos de lo que pasa en Petare cada fin de semana. Demostramos nuestra coraza de insensibilidad cuando –típica visión caraqueña- nos conseguimos a alguien con un ataque de epilepsia en la acera y todo el mundo le pasa por encima sin atisbar a ayudar. Y también probamos nuestro blindaje emocional al trabajar en equipo, desde lo más simple, por ejemplo en una junta de condominio, donde todo el mundo sólo ve su pequeña parcela y cada quien tira para su lado, insensibles de la necesidad del prójimo, y siempre salen todos peleados, con la junta directiva acusados de ladrones. Y lo mismo recuerdo en la organización de casi cualquier cosa: en las reuniones de trabajo, grupos comunitarios, y de allí se puede subir a los partidos políticos, y de allí al gobierno –cualquiera de ellos-; cada quien pensando sólo en su grupo “acá”, insensible y cruel con lo que le pase a aquellos “allá”.
Nosotros, tan familieros y amigueros como somos tendemos a ser sumamente cálidos con nuestro entorno íntimo, pero fuera de allí “los demás no existen ni me interesan”. En estos días de recogimiento espiritual pienso que hay que tener más presente a otros ámbitos. Y no se trata de pensar en los niños pobres de África, ni siquiera en los de Venezuela. Tampoco se trata de hacerse amigo de todos, o de ayudar a todo el que se pueda. Este tipo de cosas se comienza con acciones mucho más pequeñas: con ser amable y respetuoso con todos –especialmente con los que no son nuestro entorno íntimo-, con respetar y valorar la opinión de los demás, o aprendiendo a ponerse en los zapatos de otro. Porque no todo el mundo ve las cosas igual que las vemos nosotros. Por ejemplo, en la figura arriba yo veo a dos viejitos frente a frente. ¿Será posible que alguien vea algo más?
Así de básico estamos.

jueves, noviembre 19, 2009

El muy personal éxito

Siempre lo he dicho y lo sostengo: todo lo que he hecho en esta vida se lo debo a una mentira. A una mentira oportuna, sabia, llena de ilusión -y sin duda- carente de ingenuidad. Mi papá siempre me repetía cuando niño: “mira chamo, cuando tú seas un líder, tienes que saber cómo tratar a la gente…” y por allí se extendía. O afirmaba: “…porque cuando seas un profesional y estés a cargo…”. Y así me fue llenando de afirmaciones positivas. Él daba por sentado que yo llegaría muy lejos, que tendría éxito porque tenía con que, porque sí, y punto. Y yo me lo creí.

El éxito es un concepto difícil. Es algo muy subjetivo. Mucha gente lo asocia con bienes materiales: el auto o la casa de mis sueños, dinero (o gastarlo a manos llenas); otros lo relacionan con formas espirituales: familia, amigos, paz interior. Hay quienes lo atañen con aspectos más corpóreos: apariencia física, poder, control, reconocimiento público. Lo más probable es que cada quien tenga una combinación de estos. En este momento pienso a futuro en cuál sería mi combinación y se me vienen a la mente cualquier cantidad de cosas transcendentales. En cambio, si miro atrás y recuerdo los instantes en los que me he sentido realmente exitoso, encuentro que no son momentos particularmente elevados. No son momentos ni familiares, ni siquiera muy públicos, son más bien instantes muy personales. Por alguna razón los delirios de éxito son siempre eso: chispazos de personalidad más o menos viscerales.

Por ejemplo, cuando tenía pocos años de graduado, era ingeniero pero trabajaba en negocios –alguien tenía que llevar la tecnología a las empresas ¿no?- y viajaba mucho. Recuerdo una vez que hice un Caracas-Munich-Bogotá-Lima como en dos semanas. Al levantarme en el hotel en Lima, abrí los ojos y me abrumó el cansancio, mezclado con el desarraigo, con la modorra, con el pisco sour de la noche anterior, y me sobrevino la duda existencial: “¿y dónde coño estoy…?”. Me reí de mi mismo mientras me levantaba, me pareció deliciosamente Cool no saber por un instante en que país me encontraba, porque había viajado mucho, porque estaba allí para hacer negocios, porque supuestamente me iba a ir bien. Y al asomarme a la ventana y ver la vista sobre Lima, cual delirio del Chimborazo, cual Napoleón en Montmartre, en ese instante me sentí exitoso; me creí –sin que las ruedas del carro chillen- un James Bond. Muchos años me faltaban allí para inclusive saber lo que era hacer negocios de verdad, en particular como se hacían en America Latina. Igualmente mi juventud no me dejaba digerir las inconveniencias de vivir entre aeropuertos y hoteles. Pero claro, yo todavía no entendía nada de eso en aquel episodio de grandilocuencia introspectiva.

Varios años después me tocó vivir en Brasil por un corto periodo. Que de tiempos turbulentos en São Paulo. Al principio me pegó y juro que emulaba la estampa del pobre tipo que va dándole pataditas a la lata en el fondo del callejón. Todavía soltero, con mucho trabajo y relativo poco tiempo libre, me refugié en la lectura. Leí novelas, cuentos, ensayos políticos, filosóficos, de todo. La sociedad paulista era mucho más pujante y alentadora de valores artísticos y espirituales de lo que nunca fue Caracas. Varias veces experimenté que al terminar la última página del libro y cerrar la contratapa, yo ya no era la misma persona. Y así me conquisté a mí mismo, y una vez más la sensación de éxito me embargaba, pero esta vez mucho más dulce, más espiritual, menos material, pero -se me antoja- más tangible. Mucho de lo que soy hoy –y muchas de las palabras que he vertido en este espacio virtual- vienen de esa época. Sin embargo, el tiempo me enseñaría luego que siempre se abre una brecha entre lo que uno vívidamente sueña y lo que se puede realizar, y que el truco está en saber la diferencia. Como leí una vez –de esa época-: “cabeça nas estrelas, pés no chão” o “cabeza en las estrellas, pies en la tierra”.

Hoy en la víspera de mi cumpleaños, reflexiono que el tiempo lo hace a uno menos proclive a esos destellos de éxito personal. Hoy la familia y en particular mi hija lo es todo. Una hija como Viv ocupa todas nuestras energías. Viv va al colegio, y en las tardes y fines de semana hace gimnasia, ballet, natación. Le gusta socializar con sus amiguitas, dibujar, practicar matemáticas; lee al menos dos o tres libros por semana por pura diversión. Es una estudiante excepcional y nunca se cansa, siempre está haciendo algo, preguntando, curioseando. Lo que más me sorprende es el entusiasmo y pasión que le pone a todo lo que le gusta. Y es así como obtiene resultados destacados. Sinceramente, cada vez que me siento cansado como para hacer algo, me acuerdo de la pasión y energía de Viv y me doy aliento.

Pero discúlpenme tanta letra y tanta vuelta, cuando desde el principio lo que quería decir era algo muy sencillo: se me antoja ahora que el éxito más grande que yo haya podido alcanzar es que mi hija hoy sea un ejemplo para mí, en vez del modelo clásico que yo sea el ejemplo para ella. Gracias por ese regalo de cumpleaños; no sé si me lo merezco, pero lo aprecio entrañablemente. Gracias.

lunes, octubre 05, 2009

Las cosas de Perth a las que nunca te acostumbras (y posiblemente de Australia también)

- Que te quedes estático por más de 10 segundos y al salir del letargo estés lleno de telarañas.

- Que en verano casi nadie use zapatos en la calle.

- Que toda vagabundería quede justificada con un “pobrecito, estaba borracho…”

- Que si te agarran pidiendo una botella de vino que no sea de Western Australia, el local te mire como si quisiera volverte morcilla con su visión de rayos X.

- Que absolutamente todo el mundo, a todo nivel, sea super chismoso, pero a la Australiana: que el afectado nunca se entera (“confidencialidad”, le dicen aquí)

- Que los venezolanos aquí chismeen a la Australiana pero que el afectado siempre se acabe enterando.

- Que en cualquier actividad formal, por ejemplo trabajo, la gente no te dirija la palabra hasta que no te conozcan bien.

- Que en cualquier situación informal, por ejemplo en la calle, todo el mundo te hable como perico sin conocerte.

- Que todo el mundo se niegue –y hasta se ofenda- en reconocer diferencias sociales entre australianos (supuestamente aquí no hay diferentes acentos, todos las urbanizaciones son iguales para vivir, todos somos igualitos…)

- Que los mismos carajos que dicen que todos somos iguales clasifiquen a la gente en los que viven al norte o al sur del rio, o los que tienen a los niños en tal o pascual colegio privado, o los que tienen o no una lancha. “Es que no son diferentes clases; son sólo diferentes demographics…”

- Que en las urbanizaciones de clase alta la gente sea súper sociable, y en las de clase trabajadora la gente tienda a ser más engreída y antisocial (¿Y entre venezolanos no era al revés?)

- Que la mentalidad sea “el lugar de la mujer es en la casa cuidando a sus muchachos y punto, no joda”.

- Que a pesar de lo anterior sea frecuente conseguirse mujeres electricistas, o mecánicos, o ejerciendo cualquier tipo de profesión en la sociedad.

- Que se crean que inventaron a la parrillada como evento social.

- Que el tema de conversación más recurrente sea el origen étnico de la gente y que tu carta de presentación sea tu raza. Ah, y que no entiendan que los latinos no son una raza originaria sino una mezcla. Es más: que no entiendan lo que es una mezcla –en este contexto-.

- Que si tienes o quieres hacer un posgrado eres un animal raro; si tienes más de uno eres un bicho insólito; o si hablas tres o cuatro idiomas eres un extraterrestre.

- Que todo cierre a las 5:00pm y esté cerrado todo el domingo. Y que –hasta ahora- no hayan aprobado horas extendidas de comercio.

- Que se acuesten a dormir con las gallinas a las 8:00pm. Y que se levanten –con los gallos- a las 4:00am.

- Que haya esta pepa de sol a las cuatro de la mañana y que no hayan querido cambiar una hora en el verano como el resto del mundo civilizado para aprovechar mejor la luz (dizque porque los niños se quedan despiertos hasta más tarde, o porque hace más calor, o porque las vacas se confunden)

- Que te consigas una jauría de canguros en la calle (o como se diga grupo de marsupiales)

- Que haber visto a un tiburón en la playa sea tan común como haber visto una culebra en Venezuela.

- Y last but not least, que las tiendas tengan ofertas especiales todo el año: descuentos de temporada de 20% (luego de haber subido el precio al doble); o los descuentos de 40% cuando uno regatea -no es por nada, pero si yo doy un descuento de 40% estaría poniendo por escrito en la factura que fui un autentico ladrón desde el principio, ¿o no?-.

jueves, septiembre 24, 2009

Wilmer

El pana Wilmer vive en Caracas. Igual que el panita Alberto.

Wilmer M., conocido en los bajos fondos como “el Wilcho”, es mecánico de oficio. Soñador, músico y siempre pelando bola, coexiste en esa Caracas de barrio desconocida para muchos; “pobre pero honrado” como diría él. En Venezuela si creciste pobre, por como luces y te expresas –por tu pinta pues- es típico que alguna vez te hayan negado la entrada en algún local nocturno, o te hayan rechazado de algún trabajo, o simplemente alguien se haya incomodado por tu presencia y te lo haya hecho saber bruscamente, tú sabes, ese tipo de roce tan criollo, tan “nuestro”. El caso es que Wilmer, por supuesto, no era inmune a esas sutiles señales y las fue anotando por ahí a través de los años. Hoy no es de extrañar que Wilmer se sienta identificado con su presidente –también conocido en los bajos fondos como “Esteban”-; después de todo este habla y luce como él, a Esteban también “los otros” le dicen “mono” o “macaco”, y es lógico que cada vez que Wilmer escucha que llaman así a su presidente le de un poco de rabia y se identifique aun más con él. Wilmer toda su vida fue pobre y se sintió olvidado por todos, en especial por la clase dirigente; pero hoy en día tiene una conexión emocional con su líder político. Además, gracias a su presidente, él, su esposa y dos hijos ahora están estudiando de noche, todos sacando el bachillerato, y por ello recibe un ingreso de alrededor de $100 por cabeza al mes (que en Venezuela bastante ayuda) Y no sólo eso, sino que el bachillerato lo puede sacar en dos años. Ah, y luego seguir a la Universidad –que son sólo dos años más, Bolivarianamente hablando-. Y ni hablar del mercado popular que ahora tiene el barrio; ni del nuevo servicio de medicina preventiva local. En fin, si tú fueras Wilmer, también quisieras a Esteban de presidente, y hasta el dos mil siempre.

El pana Alberto también vive en Caracas. Igual que el panita Wilmer. En la Caracas del este, la buena, donde las luces brillan bonito. Él se cruza con Wilmer sólo en el taller donde lleva el carro a hacerle el servicio. Alberto es el típico clase media, profesional, graduado de universidad –pública por cierto. Como todo clase media, para él su Venezuela, su país, es su gente, sus amigos de la urbanización, del trabajo, sus recuerdos de universidad. ¿Barrios pobres? Ni de cerca. Jamás ha pisado uno. Como muchos venezolanos medianamente acomodados, él siempre ha tratado de distanciarse de todo lo que le huele a pobre gastando fortunas en mantener apariencias: en carros, en el club, en pinta, en viajes a Miami, en fiestas de socialité, en lujos. A pesar de la situación actual del país, Alberto todavía se siente orgulloso de su origen y su lema es “en Venezuela todos tenemos la misma oportunidad” en referencia a que si estudias y trabajas duro, seguro sales adelante. Y así lo hizo él, estudio y se fajó para llegar a donde está. No obstante Alberto hoy se preocupa porque las oportunidades de salir adelante se le cierran; el actual gobierno interviene empresas productivas para sustituirlas por versiones estatales ineficientes, el desempleo entre profesionales aumenta, los salarios se hacen pírricos. Además se intimida a opositores del régimen con varios esquemas: listas de personas, cierre de medios de comunicación. Sin mencionar que se está destruyendo la educación y con ella el futuro. La guinda de la torta es que su presidente –sí, Esteban- se expresa en forma grosera, vulgar, y él no se siente representado por esos valores. Alberto, sin más, está muy preocupado y no puede entender -no le cabe en la cabeza- que alguien en su sano juicio pueda apoyar al actual gobierno de su país.

Hace unas semanas vino a Perth un dirigente estudiantil venezolano a dictar conferencias en un par de universidades sobre las bondades de la revolución bolivariana. Tuve la experiencia de escuchar –e intervenir- en una de las charlas. El discurso del muchacho me lo sabía, pero una cosa es recordarlo y otra diferente es volver a sentir tan cerca aquello que sólo leía en línea y discutía con amigos después de tanto tiempo. Lo que más me hizo mella no fue lo que dijo el párvulo oficialista sino los post comentarios, lo que luego leí, investigué, discutí, para darme cuenta –y sorprenderme- con lo poco que entendemos los venezolanos a la crisis moral en la que estamos sumidos.

Venezuela tiene una pobreza de más del ochenta por ciento. La clase media es sólo un 10% del país. El solo pensamiento de que todo el que estudie podrá tener una vida digna, como enfatiza Alberto, está ignorando hechos simples como que no a todos su condición les permitirá estudiar. Algunos sin recursos tendrán que trabajar temprano, o a otros la cabeza no les dará para estudiar, después de todo eso no es para todo el mundo. Australia, EEUU o cualquier país de Europa está lleno de gente que no termina la escuela secundaria y todos tienen una vida digna, ya sea manejando un camión, o limpiando o tomando un oficio. Es eso o se sobreviene un problema social, caldo de cultivo para la delincuencia y otros vicios. Que todos, no solo los más educados, puedan vivir dignamente, hace una sociedad real, integra. Pero en Venezuela algunos oficios son pensados para gente de segunda con remuneración de segunda. En términos simples, nuestro problema es el sistema de clases en el que hemos vivido por tanto tiempo, en que no nos pensamos como una sociedad integra sino una sociedad de clases, con gente bien y gente mal. Y así lo ve Alberto, que no se puede poner en los zapatos de Wilmer porque para él Wilmer no existe; Wilmer le arregla el carro, se hablan, bromean entre ellos, pero no lo ve, es transparente.

Recuerdo que cuando vivía en Venezuela traer a colación este tipo de temas era exponerse a que te trataran de “chavista light”. Se sobrevenían miraditas, carrasposos, o en algunos casos hasta agresiones, porque “a esa gente hay que oponérseles, hay que odiarlos”. No se daban cuenta, mis queridos clase media, que de eso se alimenta Esteban, del odio, de las agresiones, como en el caso de Wilmer. El pobre Wilmer tampoco se da cuenta que lo manipulan con una inyección de odio; así como tampoco se da cuenta que esos regalos que hoy recibe no son sustentables en el tiempo porque no producen nada, que la educación que recibe es más un adoctrinamiento político que preparación para un trabajo mejor, y que –peor aún- no van a haber trabajos y ni carros para arreglar en un futuro no tan lejano si las cosas continúan como van.

Lo que más duele es que el problema no es la gente, ni sus dirigentes o políticos, es el sistema. No se puede acusar a Alberto –y menos a Wilmer- de culpables. “La culpa no es del individuo, es el sistema que está podrido” leí por ahí. ¿Y que esperanza hay de que cambie este sistema en una o dos generaciones?

Discúlpeme el amigo lector, yo siempre escribiendo cosas que no le interesan a nadie, pero es que la vida es como un paisaje; puedes vivir en el medio de este pero sólo puedes describirlo si lo miras a la distancia.

domingo, septiembre 13, 2009

Imágenes retro

Hoy fuimos a pasear por Cottesloe beach. En todo el trayecto, ida y vuelta, escuchaba en el carro Soda Stereo, el disco en vivo de la gira “Me veras volver 2007”. Tal vez parezca un hallazgo forzado, pero esta tarde descubrí que Soda le queda de perlas a Perth como sound track. Pero claro, de eso no se enteran los perthianos. Y Cerati menos aún.
Lo llaman memoria musical. Nada trae memorias tan vivas como escuchar esa canción de la misma época. Y allí estaba yo, manejando hacia la casa pero con la mente veinte años atrás en el mirador de la Alameda en Caracas, donde bajo los acordes de Nada Personal a un grupo de amigos nos daban las seis de la mañana hablando pajita de la buena. Y ya a esa hora la sinergia era tal, que lo que fuera, lo que pasara, así fuera una mosquita volando, nos daba mucha risa. ¡Ah! y además éramos inmortales. Sí señor.
Hoy en día disfruto otro tipo de música, pero más nunca ninguna melodía me ha logrado mover como la de esa época. Y claro, estoy consciente que con la edad nos volvemos especialmente remolones a aprender y experimentar cosas nuevas. Hablar otro idioma, la forma en que se socializa, las costumbres o la ideología política, todo eso se debería aprender bien antes de los treinta, y entre más temprano mejor. Luego es mucho más difícil. Y cambiarlo lo es más aún.
Mi filosofía de vida es el balance. Compensar la terquedad de la edad, con la sabiduría de la experiencia que viene con ella. Balancear la tozudez, con el entusiasmo de nunca dejar de sorprenderse con las cosas. Bien lo decía Nietzsche: “la madurez no es más que recuperar la seriedad con la que jugábamos cuando niños”. “¡Y que así sea!” me dije mientras continuaba manejando hacia la casa. Y resoluto, me propuse explorar más aun, vivir más en estos tiempos, que allá afuera hay un mundo nuevo, lleno de gente, música y cosas interesantes. Y así llegue a la casa.
Aquí al llegar, me quito los zapatos y me voy al closet a guardarlos. Para mi sorpresa, cuando abro el guardarropa, reparo en la fila de blue jeans: todos, absolutamente todos ¡eran Levi’s 501! De diferentes colores, pero eran los mismitos de hace 20 años. Y lo demás era igual: los zapatos emulaban los mocasines Sebago y Thunderbird, las franelas ahora no son Ocean Pacific pero son Billabong. Chemises, camisas, pantalones ¡todo era ochentoso! si acaso noventoso temprano. Sí, ese soy yo.
Y horrorizado del hallazgo, me fui a la cama en shock.

domingo, mayo 10, 2009

De aquí y de allá (2): crónicas porteñas

Hace 10 años viajaba por negocios con cierta frecuencia a la sugestiva ciudad de Buenos Aires. Recuerdo que aterrizaba en Ezeiza siempre un domingo por la mañana, tipo 6:00 am, y me quedaba todo ese domingo libre para pasear o dormir luego del viaje de casi siete horas desde Maiquetía. En particular recuerdo una vez que apenas pisé Ezeiza me cayó una peste de esas tumba-gente. Y peor, era invierno; pero no cualquier invierno. Era el invierno Rioplatense, híper-húmedo, ventoso, de ese que te congela la medula espinal, del que te hace perder el tacto del lóbulo de las orejas. He estado en otras partes bajo nieve, pero como el invierno porteño no hay.

Siempre me alojaba en el mismo hotel. “En el centro de los acontecimientos” como me lo recomendaron, por allá en la Av. Corrientes justo en frente del Gran Rex. Así llegue al hotel esa mañana de Domingo, me registré y casi arrastrándome -a mí y a mi gripe- llegué hasta la habitación a dormir.

Me despertó el hambre alrededor del mediodía. Me miro en el espejo y me doy cuenta que estoy convertido en la versión trapito de mi mismo. Me toqué la garganta, tragué fuerte y concluí que un gremlin parasitaba mi faringe cómodamente. -Pero tengo hambre, tengo que salir a comer- me dije. -¿A dónde ir? No estoy como para ir a almorzarme un bife de chorizo a Puerto Maderos. Ah, ya sé. Voy a pasar por donde el gallego-. El gallego era un perrero –sí, de perros calientes- que tenía un puesto ambulante al final de Lavalle. El tipo llegó de adolescente a Venezuela, se pasó diez o quince años allá y luego migró a Buenos Aires. Así pues, me armé de valor, me puse no sé cuantos suéteres encima, y yo y el gremlin que me habitaba la garganta tomamos rumbo a Lavalle.

La ruta Corrientes-Florida-Lavalle es un clásico de casi cualquier arte que uno se pueda imaginar. Allí pasa absolutamente de todo, y en efecto de todo vi pasar allí a través de los años; pero ese día, en una matiné de domingo no era el horario todavía de los animales más exóticos. Esa era más bien la hora de las conversaciones en los cafés, de las tiendas abriendo, de los restaurantes populares y sus olores, de las radios voceando: “...temperatura en la ciudad: 2 grados… sensación térmica de -4…”. El viento pegaba fuerte y yo sentía que mi tabique nasal se convertía en titanio. De repente me acorde que le había dicho al gallego que le iba a llevar queso rallado para mejorar esos perros la próxima vez que viniera, así que me detuve en un supermercado y lo compré.

Este gallego tiene unos cuantos años en Argentina. Venezuela –decía él- es su segunda patria así que cuando me ve se transforma. Así pues, me puse la mano como haciéndole un techo a la boca y le grito en caribeño rabioso: -¡eeesse gallego!-. El tipo pego un salto cuántico del susto: - ¡Chamo, me asustaste!-
– Mira gallego lo que te traje, queso, quesito rallado para que mejores esos perros.
- ¡Sos un boludo chamo! Aquí no comemos eso. Los panchos son sólo salchicha, pan y salsa.
- Sí hombre. Mira, dame un perro, o un pancho como les dicen aquí.

En eso otro cliente llegó, pidió un pancho y se acomodó entre nosotros. Y el gallego me dice:
-Chamo, no te ves bien. ¿Qué te pasa?-
-Peste gallego, gripe- le dije mientras me señalaba la garganta de cerca haciendo el gesto de degollación de los emperadores romanos. Enseguida le pregunte: -¿que será bueno para esta peste gallego?-

Fue allí cuando una voz de ultratumba, añejada con toneladas de tabaco y macerada en flema, entre bajos y reverberos nos dijo:
-Rivofedril de 500. Comprálo y tomá una tableta cada 8 horas-

Era el otro cliente del gallego. No le entendí bien por lo atropellado de la voz y le pregunte:
- Disculpe ¿cómo dijo? Anótame ahí gallego, que yo estoy comiendo-.
- Rivofedril de 500, loco. Tomá 2 tabletas ahora y luego una cada ocho horas y verás cómo mañana no te acordás del desgraciado resfriado ese pibe, vas a quedar nuevito-.

El gallego tomó un bolígrafo, una servilleta, y dice: - ¿Rifoldrina de 300, no?-
- No, no. ¡RI-VO-FE-DRIL! Y es de 500, che- dijo el amigo porteño y tose, regurgita, escupe a un lado, y para terminar le pega el último mordisco al perro-pancho.
- ¿Y como se escribe eso tío?- preguntó el gallego.
- ¡Qué sé yo, che! RI-VO-FE-DRIL, como suena, apuntálo bien. Y dame otro pancho por favor- dijo el tipo con su reverberante voz. Y fue allí cuando el gallego dijo algo que nos rompió los esquemas a todos:

- Tío: ¿y eso se escribe con “B” de Barquisimeto o con “V” de Valera?

Ya aquí yo me estaba exasperando. ¿Cómo este gallego del carajo le va a preguntar eso a un tipo que en su vida jamás ha escuchado hablar de esas ciudades? Pero el tipo responde:
- ¿Va..va.. qué? Mirá, ¡qué sé yo, che! Ri-vo-fe-dril, con “v” de… de… Velez Sarsfield- dijo el tipo mientras tosía, tosía que hacía temblar el carrito de perros calientes, tosía hasta quedar morado. El gallego le da el otro pancho y le responde:
- Gracias por la gauchada che. Ya tengo el nombre correcto-

El tipo se despidió y se fue comiéndose su perro caliente. Allí le dije al gallego: - Bueno gallego, menos mal que me anotaste el remedio en la servilleta, así voy a poder curarme y quedar igual de saludable que el señor- Y en esa el gallego me dice angustiado:
-¡Coño’e la madre chamo! Le di la servilleta al señor con el último perro ¿Cómo era que se llamaban las pastillas esas?

No sé ni contesto. Inventé un ataque de tos, me llevé las manos a la cara y podría jurar que se me salieron un par de lágrimas en ese momento.

viernes, abril 17, 2009

Morcillas en almíbar

A mí me preocupan un montón esas personas que andan por allí perennemente felices. Esos a los que todavía no les has acabado de preguntar “¿Cómo estás? “ cuando ya te saltan encima con un “super ultra recontra híper califragilísticamente efervecente ¡a las mil maravillas!”. Y justo allí, cuando me cae el chaparrón de super positivismo eléctrico, pienso: “¡ay papá! Algo anda muy mal aquí”.

Todo en esta vida es un balance. Como los ingredientes en la comida oriental que mezclan azúcar con picante. O como a mí que me encanta mi trabajo pero eso no me impide el querer unas merecidas vacaciones. Como el Yin y el Yan, todo debe ser balanceado. Y todo tiene su lado bueno y su lado malo. De lo malo poco se habla –porque te hace ver socialmente negativo- pero eso no altera su existencia. El caso es que lo malo existe para compensar lo bueno porque nada es perfecto. Eso es un balance y aprendí temprano que cada quien escoge los suyos, y depende de los que elijas el tipo de persona que seas. Algunos serán buenos balances: la vida familiar, o laboral, o él círculo de amigos. Y otros no serán tan positivos –en ese caso todavía no hay balance-. Pero todos tenemos otra categoría de balances que como que no nos cuadran. Son como unas morcillas en almibar, combinaciones que - aunque intentan ser balanceadas- no terminamos de pasar.

Yo agradezco –y siempre agradeceré- a la providencia por haber nacido y crecido en Venezuela. En ningún lugar del mundo se vive la vida con la intensidad con la que se vive en el Caribe (mi opinión personal claro está, luego de haber vivido en varios países) La estrella aquí es, por supuesto, la rumba, la fiesta, el calor humano. Y que conste, mucho se me ha dicho que eso es efímero, que cuando llegue a viejo probablemente ninguno de mis amigos de farra va a estar conmigo. No estoy de acuerdo. Yo pienso que son precisamente esos momentos los que siempre me van a acompañar, son esos instantes los que realmente transcienden. Con mis amigos me he reído y he gozado un mundo. El resto –como diría un amigo mío- todo se quedará aquí cuando nos vayamos.

Sin duda los venezolanos individualmente tienen una gran calidad humana ¿Quién lo niega? Pero también es verdad que en sociedad, desde una junta de condominio hacia arriba, somos medio desastrosos. Tenemos todo un conjunto de costumbres que hacen que nuestras comunidades funcionen caóticamente. Un país donde el lucir humilde es un pecado, donde se mira por encima del hombro al que tiene menos, donde todo es un mojón mental, no puede producir una sociedad cohesionada; eso produce en cambio roces, que se escalan en rabia, que a su vez escala en delincuencia, que se devuelve en corrupción e injusticia, y es un todos contra todos donde sólo me importo yo, y no me importa el prójimo. Allí entonces, sálvese quien pueda. Porque si no me importas te robo a mano armada. Y si tengo poder político me corrompo y me enriquezco a tu costa, total no me importas.

Grandes individuos. Paupérrimos en conjunto. Mis morcillas en almíbar.

(Inspirado en las últimas injusticias acaecidas en mi país, entre otras…)

martes, marzo 17, 2009

Perth, 14th March 2009

No me gustan las hamburguesas en Australia. Y no es que no me gusten, es que no me gustan las de aquí. Con esa mayonesa dulce, con esa remolacha, bañada en salsa BBQ, el sabor te empalaga hasta la mucosa nasal. Pero ese día andaba apurado así que pedí el combo doble con todo -no, no please, medium size. No, miss, no deserts, thank you- Agarro mi bandeja y me la llevo a una apartada mesa alta de cuatro puestos, de esas para gente solitaria que come sin compañía. Que nadie me hable, que nadie me vea, sólo quiero comer rápido, relajarme y salir. Y sí, reconozco que me gusta la vista amplia que te dan esas mesas, son muy apropiadas para la práctica del people-watching.

Con sumo cuidado desempaqué mi hamburguesa, calculé meticulosamente la fuerza con la que tenía que encajar el pitillo en el centro exacto de la tapa del vaso de coca-cola, lo meto y listo, ya estoy comiendo. Fue allí cuando comencé a observar a la gente a mí alrededor. En frente está un flaco largo con su novia, se ven muy enamoraditos, en un rascabucheo típico de la edad. En la esquina está una abuelita con su nietecita. Y la nené me saluda a lo lejos como diciéndome: “te estoy cazando” mientras las detallo. Es que tú sabes, todas las niñas se ríen conmigo. Y en el centro ¡epa! Allí está un gordo con su hijo gordito, con una cara y ademanes que juraría ya que este tipo es Venezolano. Pero es que Perth ya parece Miami, uno se los consigue por todos lados. ¿Qué hago, me acerco a saludar? Nooh, que va. La primera regla de oro entre los venezolanos en el exterior es que sí te consigues a uno en la calle, mejor déjalo pasar. A un venezolano te lo tienen que presentar en casa de alguien o conocerlo del trabajo o algo; si te tropiezas a uno en la calle, la desconfianza generalmente se impone.

Pero veamos, el hijo es igualito al papá, los dos gorditos. Papá gordo está hablando por teléfono celular, un iPhone de esos –con musica, facebook, agenda y pues si vibra quien sabe para que más le servirá- y se le escucha en un español desgañitado: “no, no mamá, que se joda. Si el tipo ese no quiere pagar los 350 por la Hummer no se la vendas”. Y es allí cuando el hijo gordito le dice a papá gordo: “Papá, pupú”. Y papá gordo: “bueno mamá, yo se que ya yo me vine para Australia y tengo que salir de esa vaina pero coño, la Hummer está como nueva y además allá está cotizada con la escasez de carros que hay…”. En eso niño gordo se baja de la silla, se mete debajo de la mesa y con su manita le toca la panza al papa: “Papá, pupú. Quiero hacer pupú” a lo que el padre responde: “¿qué? ¿300? ¡No pana! Mira mama, yo tengo que sacarle algo. A mi me costo como 300 y eso antes de los rines que le monte”. Y el hijo: “Papá, pupúuu!”. En eso el gordo le tira un manotón a la bolsa de papas y se mete varias de un golpe: “essam… ñam… Hummerm … ñam… ñam… que se jodam… ñam”. Y niño gordo: “Papi, pupúuu!” A estas alturas la abuelita de la esquina estaba roja a punto de gritar “oh my god!”; el flaco parecía que se iba a lanzar un clavado en la merengada y la novia estaba sudando a borbotones con ganas de que se la tragara la tierra. Y papá gordo siguió luego de tragar: “¿y es que pa’ papaito no hay nada? Es más, ahora sacando cuentas, esa Hummer está muy barata. Pónsela en 370 a ver que te dice el carajo…”. “Papá, pupú”. “Si vale, y si no le vendemos la camioneta a otro” “papi, ¡pupú por favor!”. “dile al tipo que si me deposita en dólares afuera podemos hablar”. “Papá, pupú”.

Fue allí cuando niño gordo se paró en medio del pasillo, puso una piernita a un lado, la otra del otro y cual luchador de sumo, se agachó levemente y pujó. El sonido y el aroma que lo siguió nos hizo entender a todos los presentes que había cumplido su propósito a cabalidad. Entonces niño gordo se acerco al padre y lo llamó: “Pápi, papi” a lo que papá gordo respondió: “sí bueno hijo ¿qué es lo que pasa?”. Allí me provocaba pararme y gritarle: “¿cómo que qué le pasa? Que se cagó, se cagó aquí en frente de todos mientras tú hablabas pendejadas por la verga esa” pero no dije nada, tu sabes, es que soy tímido. Niño gordito le dijo “pápi, quiero ir a un parque” y el padre respondió “está bien hijo, vamos”, tomó a su hijo de la mano y recorrieron el pasillo dejando una parda estela a su paso. En su ruta a la puerta de salida, papá gordo me pasó por un lado y en perfecto english-ñol me preguntó : “excuse me my friend, where is the nearest park?” A lo que respondí:

- Sorry mate, I don’t know. I’m not from here.

martes, febrero 24, 2009

The aussie way (5): Pubs and alcohol

-Fer.., fancy a drink?- me dijo un compañero de trabajo mientras yo estaba concentrado en la oficina. –Alrightie, just let me give a ring to the boss- contesté mientras marcaba el teléfono para llamar a la ministra de relaciones exteriores: que mi amor, tu sabes, que es viernes, que voy con los muchachos, dejo el carro en la casa, que sí, que regreso con fulano que su esposa lo pasa buscando. ¡Listo! –Ok guys, let’s go-. Y nos fuimos.

El pub debe ser la mejor de las invenciones australianas. No es el mismo pub oscuro británico lleno de tipos tatuados malencarados mata-wogs (aunque ese tipo de pub también existe aquí) Es, generalmente, un sitio donde se puede comer –a carta fija, no al mismo nivel de un restaurant- con cierto ambiente cordial, me atrevería decir que a veces familiar, donde hasta es posible encontrarse con niños - aunque esto es poco común-. Por supuesto, invariablemente hay una barra, y mucha, mucha cerveza y otras bebidas espirituosas. Y así pues, allí estaba yo, llegando ese viernes por la tarde a un aussie pub con algunos compañeros de trabajo.

-Guys, this shout is mine- dijo uno mientras se paraba de la mesa y se dirigía a la barra. Un shout es una ronda. Aquí existe toda un ceremonia respecto a tomar y a los shouts. Es suficiente decir que, primero, nunca se toma sólo, siempre hay que buscar al menos un mate (compañero) para tomar. Segundo, cada shout que uno reciba debe devolverse –brindarlo- en las siguientes rondas. Tercero: uno no puede retirarse del pub si las rondas no le han permitido devolver los shouts (shame on you); el que se pare es un piker (ni me atrevo a traducir eso). Y –aquí está- cuarto, esta cuarta regla se refiere a la forma y cantidad de lo que se toma.

En la mesa se comenzó con cerveza. Luego alguien sugirió: “next shout spirits guys!” y tomaron whisky Bourbon. De allí otra vez a cerveza, a veces negra, a veces blanca. Luego a cócteles bomba. Ya aquí algunos se estaban descomponiendo: “Maaaatee, you are my mate, ain’t you?...you ain’t gonna get angry with me never ever are you, hahahaha…”. Los tres pegaban saltos, le daban puñetazos a la mesa, se metían con el que pasara; ojos desorbitados, baba cayendo por la boca. Miro a mi alrededor y si bien el ambiente era todavía cordial, sí habían algunos excesos etílicos aquí y allá. En particular en la barra había uno con lentes que se caía de la silla alta de vez en cuando y lo que cargaba era una “voladora” de película. Yo a esas alturas tampoco notaba la diferencia entre una cerveza y una sopa de pollo, por lo que me fui a la terraza a respirar un poco de aire fresco.

Allí en la terraza me puse a cavilar: en Latinoamérica y la Europa mediterránea es embarazoso el lucir así de borracho y ruidoso. Allá es más macho el que aguante más palos sin perder la compostura. Aquí no. Aquí es lo contrario. Como buenos herederos de la Europa nórdica, en Australia es más macho el que se embriague y pegue brincos más rápido. Para eso se bebe, para olvidar, “to get away”. Por eso es que mezclan bebidas, para irse al demonio lo antes posible. Y beben como cosacos, en cantidades industriales. ¡Todos! Hombres y mujeres. No lo digo yo, el problema lo reconocen ellos mismos. Emborracharse aquí es “cool” y es promovido desde todos los espacios sociales: colegios secundarios, casas, amigos. Si sabré yo lo que es ser adolescente y que los amigos te digan: “¿pero tú no lo haces?, lo tienes que hacer, todos lo hacemos, ¿no lo has hecho todavía? ¡Hazlo! ¿Cuando lo vas a hacer?” Y algunas otras cosas frecuentemente vienen con esta cultura etílica fiestera: alcoholismo real, promiscuidad y drogas incluidas. Aquí los adolescentes tienden a ser muchísimo más liberales. Por eso, porque aquí es Cool lo que en Latinoamérica es embarazoso, porque aquí sí hay cultura de emborracharse y no de mantener la compostura; por eso sostengo que en Australia hay que estar más alerta con un hijo adolescente que en Latinoamérica.

En Venezuela, por supuesto, también hay alcoholismo, sobre todo en barrios pobres donde eso de mantener la compostura no se usa tanto. Pero de la clase media hacia arriba todavía existe cultura de beber socialmente y no emborracharse, o al menos fingir no estar borracho, para no “pasar la pena”. Eso sorprendentemente persuade a muchos a beber con moderación. Pero aquí no estamos protegidos por el mantra de una clase privilegiada. Aquí vivimos como todos, en el gran barrio Australia -casi- sin clases, donde todo lo que le pase al populacho, bueno o malo, le puede pasar a uno. Dicho esto, lo que se necesita es sólo un poco más de atención al adolescente, más nada. Conozco muchos casos donde todo va bien –y también algunos donde no-.

De vuelta de la terraza, ya adentro se había prendido una trifulca que involucraba al amigo volador de lentes de la barra con otro más. Se estaban dando con todo. Borracho es borracho.

jueves, febrero 19, 2009

4 ingredientes para Naty

Hace unos días me puse a escuchar un programa de opinión por radio venezolana en Internet. La cosa fue más o menos así:

-¿Aló? ¡Ay gracias por atenderme! Al fin voy a poder desahogarme de todo lo que nos esta pasando – dijo la chica con el típico acento “mandibuleao” del este Caraqueño.

-Me llamo Natalia pero me dicen la Naty… Bueehno, es que estoy super friqueada y shoqueada. O seeea ¡ya no aguanto más!- siguió nuestra amiga. Y por cierto, estos dos últimos verbos vienen de freak y shock en inglés.

Luego de una corta conversa y frente a las invitaciones del conductor del programa para que se desahogara, la moza culminó muy elocuentemente:

-…y lo que no puedo entender es como nosotros los Venezolanos, una gente tan linda, terminamos gobernados por ese monstruo, tan feo, tan grosero, vulgar, enredador, tramposo, que manipula los resultados de las elecciones y que además tiene a este país sumergido en una sola crisis y una sola pelea desde hace 10 años. Es que yo lo veo tan claro… ¿Cómo nos pudo pasar esto? ¿Cómo es que los que todavía lo apoyan no lo ven? ¿Son tarados?-

Ay Naty, Naty. Escucha Naty. ¿Que cómo nos pudo pasar esto? ¡Las cosas pasan loquilla! si los planetas se alinean, si combinas los ingredientes exactos, en el momento preciso. Mira, toma una licuadora y mete estos 4 ingredientes:

I. Nuestra sociedad disfuncional: con los típicos problemas de cualquier sociedad latinoamericana: una gran mayoría pobre olvidada y una minoría dirigente –desde la clase media hasta la política- que los miran por encima del hombro, los ignoran y sólo piensan en ellos mismos y su cogollo. Estos últimos además les dio por ser más corruptos que nunca en un momento histórico por allá a finales de los 80.

II. La resaca soviética: en los 60 y 70 los soviéticos financiaban el adoctrinamiento desde adentro de las filas de los jóvenes militares en Latinoamérica –Venezuela incluida- como un plan para expandir el comunismo. No resultó bien, y luego lo intentaron en las universidades (por eso el halo izquierdoso de casi todas las universidades de la región) pero el caso es que un obsequioso joven militar, al cual llamaré “Esteban de Jesús”, sí que resultó adoctrinado en extrema izquierda y comunismo. Este mismo Esteban se rebela contra la putrefacta clase política de los 80 y se levanta contra el gobierno en un golpe de estado a principios de los 90.

III. A un carismático oportuno: Esteban se las arregla para ganar popularidad desde la cárcel a la cual fue a parar por su insurrección. Sale. Forma un partido político, se aprovecha de que la gente estaba harta de la clase política existente, se lanza a la presidencia y ¡oh sorpresa! ganó a finales de los 90.

IV. Petrodólares: al segundo año de gobierno, justo cuando la luna de miel se le acababa a Esteban, el condenado tiene la recontra suerte de que el barril de petróleo sube a precios estratosféricos. La entrada de petrodólares le ha dado –hasta hace poco- financiamiento para mantener cierto nivel de popularidad de forma artificial en base a regalos, dadivas, corrupción, compra de conciencias, amedrentamiento, de todo un poco.

Y mi querida Naty; a estas alturas creo que no vale la pena porfiar que somos gente tan linda, insistir en que lo que esta allí no está, seguir diciendo que el rey no está desnudo. No vale la pena negar nuestras disfuncionalidades como sociedad y mucho menos ahora cuando se hace evidente que es principalmente por ellas que estamos donde estamos. Nuestro país no es ni la peor ni la mejor sociedad de América Latina, pero sí es a la que se le alinearon los planetas hoy, a la que se le revolvieron esos 4 ingredientes en la secuencia precisa.

Y ya ves mi estimada Naty: las cosas sí pasan. Allí está la Alemania nazi, y sin irse tan lejos: las cruentas dictaduras de Argentina, Chile y Brasil en los 70. ¡Vaya! ¡Si le sigue pasando a Cuba desde hace 50 años! A ellos ya les tocó, se les alinearon los planetas en su oportunidad. Ahora nos tocó a nosotros. Todos estos casos Naty, demuestran que la democracia no es perfecta pero es lo mejor que hay. Lo que le falta para ser perfecta, ese 2% perverso, maligno, cuando las cosas salen pésimo aún en democracia, allí vive Venezuela en este momento. A veces por ese 2% se sale del área democrática, y se regresa, y uno no está ni seguro cuando Esteban fue democrático y cuando no lo fue.

Naty, a riesgo de que te molestes conmigo te voy a decir una cosa: el ventajismo exagerado y hasta la trampa son parte del juego democrático, de ese último 2% imperfecto. En todos los países, el gobierno en alguna oportunidad ha abusado de su poder. Sino acuérdate del 2004 cuando Bush le ganó a Gore en los EEUU. El abuso de poder, la intimidación, presos políticos, trampa electoral, uso del dinero para fines políticos y no para la prosperidad del país, todas son viejas fórmulas. El gobierno será tan abusador y doblará las reglas de la democracia tanto como las circunstancias de popularidad le permitan. No hay gobierno que resista una popularidad de menos de 10% por mucho dinero y ventaja que tenga. Así fue como sacaron a Fujimori del Perú, pero lamentablemente ese no es el caso en Venezuela –todavía-.

Paciencia Nati, que al menos el cuarto ingrediente ¡ya no está! Con la maquinaria de gasto de este gobierno, a finales de este año van a estar sumergidos en una falta de liquidez tan profunda, que nadie se va a acordar de ese pedazo de referéndum que se celebró en Febrero. Y la gente lo va a cobrar. Quédate tranquila Naty, tranquila.

domingo, febrero 15, 2009

Country


La campiña o interior del país es similar en todas partes. Y sus personajes también: el vaquero americano, el caipira brasileño, el gaucho argentino, el llanero venezolano, todos son versiones del mismo héroe. Pero se me atoja que el aussie farmer, o granjero aussie y en general la vida en el aussie countryside guarda una increíble e inenarrable similitud con su análogo americano.

El granjero aussie, trabajador como el solo, es un personaje que se levanta a las cinco de la mañana a hacer sus faenas. Trabaja con sus manos; el mismo atiende la tierra o ganado, y si acaso tiene a un grupo de 2 o 3 que lo ayudan, generalmente de la misma familia. Anda por necesidad en una camioneta UTE -la cual es una versión de la pick up americana- con la que surca inmensas praderas verdes y largas carreteras en busca de materiales, hablando con gente, resolviendo prestamos con el banco, atendiendo sus asuntos contables, negociando la cosecha con los –siempre usureros- mayoristas o con las –más usureras aún- grandes cadenas de supermercado. El Aussie farmer pasa mucho tiempo bajo el sol y a pesar del sombrero aussie que lo acompaña, siempre está sunburnt –quemadito pues, rojo como un tomate- especialmente en la parte de atrás del cuello. Visitar la Australia rural es como viajar en el tiempo; en algunas emisoras de radio sólo suenan canciones de los ochenta, por todas partes hay vallas y avisos con letras góticas, las costumbres tienden a ser conservadoras, y la vestimenta campesina. Además el acento es lo más enrevesado que uno se pueda imaginar, escuchar hablar a un tipo de estos es como teletransportarse a la sala de calderas de un barco a vapor. En el pueblo todos se conocen y se llaman por su nombre entre ellos con una familiaridad y complicidad que marca un claro “nosotros somos nosotros” que recuerda la sensación de un caraqueño de visita en el Zulia.

La Australia urbana es otra cosa pero lo mismo a la vez. O más bien eso quiere ser. Es en la Australia rural donde Australia es realmente Australia. Las capitales Australianas se resisten a madurar y se aferran a su pasado –no tan lejano- de pueblo rural, y es de allí donde sobrevive el Mateship, cuyo contenido en el fondo tiene un dejo de “nosotros somos nosotros”. Es en la Australia rural donde las cholas y los pies descalzos al final de un arduo día de trabajo se popularizan. Las camionetas UTE que tanto usan los jóvenes en las ciudades se originan en la vida rural; y el comercio que cierra a las 5:00pm es otra referencia de la ciudad que insiste en ser bushy. Y ni hablar de las costumbres conservadoras. Australia, la verdadera, la que quiere ser, vive en el aussie countryside.

Muchos años antes de vivir en Australia aprendí que en teoría de la comunicación cuando a uno le mencionan, por ejemplo, la palabra “pájaro”, uno se imagina a su ave particular y esta no es igual a la que usted se figura, o a la del otro más allá, sino que cada quien se imagina algo diferente. Así yo me imagino a un halcón, otros se figuran a una gaviota, algunos un colibrí, y puede ser que alguien piense en un avión o en un terodáctilo, o aún en algo más sugerente. Cosas de la mente. Así cuando dicen Australia, la mayoría pensará en el Harbour Bridge de Sydney, o en la gran barrera de coral, o en la playa. Yo en cambio me pinto un granero. Y el granero no viene solo, viene con una pradera verde y una montaña de fondo. Hay gente en el granero: son granjeros aussies trabajando ¡trabajando duro carajo! porque aquí todos trabajamos, trabajamos hasta la hora, balanceando la vida personal para tomar aire y trabajar de nuevo al día siguiente o el lunes, pero todos trabajamos, en equipo, en sociedad.

Esta semana varias decenas de incendios simultáneos azotaron y continúan azotando al interior de Victoria y literalmente cambiaron la cara de la vida rural del estado. Los resultados de la devastación son, hasta ahora, 181 muertos, 1800 casas destruidas, 7000 personas quedaron sin techo. Es la mayor tragedia natural ocurrida en Australia hasta la fecha y rivaliza con las no naturales, por ejemplo el impacto es mayor que las bombas de Bali. Las imágenes en los medios son trágicas y la respuesta de la sociedad abrumadora en términos de solidaridad y donaciones.

Muy a pesar de las decenas de muertes violentas todas las semanas en Caracas, no puedo dejar de conmoverme frente a como esta sociedad se mueve en equipo, alineada, bien dirigida por su liderazgo, para salir de esta tragedia.

Donaciones a la causa de los afectados por los incendios en Victoria aquí.

lunes, febrero 02, 2009

La imposibilidad del no

Mucho se ha hablado –particularmente en los últimos tiempos de éxodo masivo de criollos al exterior- sobre que es lo que más caracteriza a los venezolanos. Se dice que somos comedores empedernidos de arepas y de diablitos Underwood, que tomamos Toddy, Frescolita –y un Nestea especial también-, que somos muy solidarios para rumbear –y un poco desunidos para casi cualquier otra cosa-, que somos amigeros, habladores, exagerados, bailadores, con bellas mujeres, se habla de todas esas cosas y más; todas discutibles, todas vulnerables, todas clichés con numerosas excepciones a la regla.

Yo creo, en cambio, que lo que más nos caracteriza es algo mucho más sutil; vendría a ser algo que afecta todos los aspectos de nuestras vidas –particularmente como nos relacionamos-. Planteo aquí que nuestra marca de fábrica, nuestro talante común, es nuestra imposibilidad de decir “no”.

Y así es. Lo que para cualquier mortal criado en otros pagos seria resuelto con un sencillo “no, panita, hoy no puedo”, a nosotros nos cuesta un mundo. Por ejemplo, propóngale usted a un australiano que conoció en una reunión –digamos, no exactamente a un amigo, sino alguien que sabes que se caen medianamente bien- que un día por favor te cuide al niño, que tú tienes que hacer una diligencia. El anglosajón en cuestión dirá que sí, si realmente puede y si quiere hacerlo. Si no puede, y aún si puede pero simplemente no quiere, sin ninguna razón lógica, él va a decir que no –punto-.

El mismo caso pero esta vez entre venezolanos, o mejor, entre venezolanas –supuestamente amiguísimas-:

- Aló ¿manita? ¿Hola, como estás?
- Chévere, ¿y tú?
- Bien vale… aquí pasando calor, en estos días la temperatura ha llegado a 43…
- Ay sí. No veo la hora que llegue el invierno de nuevo…
- Sí vale… Mira mana, tú sabes que este viernes tenemos la fiesta del trabajo de Juancho y tú sabes como es la cosa aquí: No kids. ¿Será que tú puedes hacerme la segunda con mí chamo?
- (Pensando: “… está sí que es fresca de verdad, con lo que me cuesta mi tiempo libre esta cree que lo voy a querer pasar cuidando un muchacho de otro…”)

Pero en ese momento la neurona 4301 se le cruza con la 2345 y en el cortocircuito liberan una enzima desoxirribonucleica que le nubla el pensamiento, y le dice:

- Ok chama, tráeme tu chamo el viernes.

Y por supuesto, se queda pensando –y peor, comentando- que su amiga es una abusadora. Pero no le dice que no. No se lo dice, porque ella misma no sabe recibir un no. Si uno le pide un favor a un compatriota y recibe un no, generalmente uno se ofende. Toda una receta para el conflicto.

Si existiera un antídoto, una suerte de inyección que nos enseñara a decir que “no” cuando hay que decirlo, yo mismo me sacrificaría y haría de conejillo de indias. Me imagino el momento: me inyectan, se me ponen los ojos blancos, la lengua se me sale, pego tres chillidos, y en el trance busco el laptop, me lo pongo en las piernas y comienzo a escribir un post, así:

- ¡NO! Porque no me como, nunca me he comido y nunca me comeré, esas morcillas en almíbar que llaman la revolución bolivariana.

- ¡NO! Por haberse jugado la carta del odio dividiendo a los venezolanos y aglutinando contra enemigos imaginarios. ¡Que fácil se vende el odio!

- ¡NO! Por bravucón, guapo y apoyao en una chequera de petróleo. Te quiero ver ahora sin plata, papá.

- ¡NO! Por emplear la sutil intimidación: lo suficientemente sutil para desmentirla a nivel internacional, lo suficientemente contundente como para asustar. Me refiero aquí a las listas de opositores marcados, a las brigadas de choque de civiles “independientes”; a las amenazas públicas; a eso y más.

- ¡NO! Por fingir querer a un pueblo dándole regalos y dádivas, y no lo que realmente necesitan: educación y trabajo.

- ¡NO! Por querer quebrar el sector privado productivo del país y sustituirlos con puestos de trabajos improductivos en la nómina pública para disfrazar el desempleo y crear dependencia con el régimen.

- ¡NO! Por meterse con lo más sagrado: destruir la educación, cambiar la historia que se cuenta, crear carreras universitarias de 2 años, secundarias de 2 años, primarias de 1 año.

- ¡NO! Por meterse con lo más impoluto: nuestros niños declamando poemas a revoluciones absurdas, inventar que la patria potestad de los niños no es de los padres sino del estado.

- ¡NO! Porque nunca había habido tanta escasez, tantas empresas quebradas, tanto retroceso, y a la vez nunca había entrado tanta plata en tan corto tiempo al país.

El antídoto sirve. Inmunízate. Aprende a decir que NO este febrero.

viernes, enero 23, 2009

Frankl, el tercer maestro vienés

Viniendo de una de “esas” reuniones del trabajo y después de haber presenciado como BHP botó a 2100 trabajadores en WA en un sólo día, y además dándome cuenta que este es un momento sólo comparable a la gran depresión de 1929, estaba más que determinado a escribir algo sobre la crisis financiera. Tendría que hacerlo antes de que se me quitara el saborcito a carne cruda de la boca. Pero decidí que no, que no voy a escribir nada.

Hubiera escrito sobre por qué las crisis de este tipo son mucho peores en los países desarrollados que en los sub-desarrollados. Que en países como Australia se trabaja a riesgo controlado, buscando un flujo de caja, un retorno seguro. Que en países como Venezuela el riesgo siempre es altísimo y nadie tiene un negocio allá para buscar flujo de caja sino para mantenerse en la pelea buscando “ese negocio grande que lo saque de abajo”. ¿Qué una compañía perdió plata un año en Venezuela? ¡No importa! -que el próximo año me ira mejor- Y además, el personal es barato. ¿Para que sulfurarse? Pero no en Australia. Aquí las compañías no soportarían ni un mes en rojo; al menor aviso de flujo negativo: cortan personal y costos en masa. Y luego toda esa gente en la calle no tendrá para pagar las hipotecas, lo que presionará a los bancos, y aunado al descenso del precio de los metales –el comodity australiano- y que el principal cliente –China- también se mueve hacia la recesión, entonces bueno. Sobre todo eso hubiera escrito. Pero no lo voy a hacer.

Escribiré, en cambio, sobre Víktor Frankl. Este psicólogo vienés insistía en que lo que nos mueve en la vida no es el anhelo de felicidad como postulaba Freud, ni las ansias de poder como demandaba Adler. No, nada de eso. Frankl decia que era nuestra libertad de elección. Frankl acuño el término proactividad que más recientemente Stephen Covey popularizó en el ámbito empresarial. Covey separó a la proactividad en dos componentes. El primero es el mismo concepto de Frankl: la libertad de elección, el asumirse uno como responsable de su conducta, lo que implica la toma de iniciativas para generar mejoras, sin descargar la responsabilidad en otras personas o circunstancias externas. Y el segundo, y mas interesante, el enfocar las acciones dentro de las cosas que podemos influir.

Siempre recuerdo a aquella compañera de trabajo que se odiaba mutuamente con otra de la misma oficina. Ella comentaba que “la otra” le estaba arruinando su vida con chismes y jugarretas, que le hacia la vida imposible, que ya no le provocaba ni ir al trabajo -¿para qué? ¿Para verle la cara a la bicha esa?- me decía. Se la pasaba inquieta con todo lo que hacia su odiada colega: con quien hablaba, si se reunía con el jefe, se preocupaba por cosas antes de que pasaran, se las imaginaba por adelantado. Yo le decía: -mija, te preocupas demasiado. Ignórala-. Y ella: -No puedo, si todo el tiempo esta hablando atrás de mi ¡la odio! ¡esa tipa va a acabar con mi vida!-. Pero un día hablando largo y tendido, la logre convencer de que era su decisión el que esa otra la hiciera tan infeliz. Mi amiga, de buenas a primeras decidió que la otra no la iba a afectar así, y que –es más-, la iba a saludar e inclusive ayudar y cooperar con ella si era el caso. Y se paró, fue hasta su escritorio, le plasmó un besote en el cachete: - ¡muack! hola fulana, ¿Cómo estás?- y se quedó hablando un rato con ella. Y así continuó tratándola todos los días. La actitud temerosa que tanto la afectaba desapareció, y se reconcilió con su trabajo; todo por asumir que ella solita era responsable de sus reacciones, y actuó en lo que podía cambiar. Fue proactiva, puro Frankl.

Frankl fue un genio. Yo creo firmemente en que no hay nada tan energizante como sentirse libre y responsable de sus actos, y además ganar experiencia para distinguir como actuar. Imagino que Frankl gozaría un montón psicoanalizando a la gente de hoy, y le diría a Freud y Adler: “¿ven como la felicidad y el poder no hacen al hombre? ¿Ven como yo tenía razón?”

Algunas situaciones que así lo demuestran:

- Cuando el 20 de enero ya usted ni se acuerda de las resoluciones que tan firmemente había jurado cumplir durante el año; mi hermano, allí falta Frankl.

- El tipo que nunca tiene tiempo para nada, que el trabajo ocupa todo su tiempo y aun así no lo termina, que no tiene tiempo para jugar con sus hijos, ni para escuchar a su esposa, y muchísimo menos para tener hobbies y hacer cosas que le gustan: Frankl con él.

- El personaje que odia al presidente venezolano y siente que este lo odia a él, que el tipo ese ha destruido su vida, y peor aun, que se le refiere como mono, mico o cualquier epíteto racista que en definitiva lo que hace es acrecentar la división por la que este sigue en el poder: remember Frankl.

- El padre que se da cuenta que la única ambición de su hijo de 16 años es ser patinetero, que no le gusta estudiar ni trabajar, y dice: “es que este hijo mío no salió a mi; nació flojo el condenado”: 100% falta de Frankl.

- Otro padre que dice: “es que en la casa ninguno de estos muchachos me hace caso. ¡Cuero es lo que necesitan!”: Frankl por el pecho allí.

- Despojarse de la responsabilidad de nuestros actos y depositarla en brujería, cábala, suerte u otros entes etéreos –aunque algunos logren inspirarse positivamente con esas cosas-: igual, allí necesitan a Frankl.

- Exceso de religiosidad –que hasta Jesus dijo: ayúdate que yo te ayudaré-: Frankl pa’lla.

- El gordo que queriendo rebajar nunca lo logra y culpa a la comida sabrosa que le preparan. El desordenado que nunca logra una rutina de orden y culpa a los demás en la casa. A todos esos: Frankl con ellos.

- Y a los que dirán en un año que la crisis económica se los llevo en los cachos, que como podrían haber imaginado lo que se les venia encima: Frankl, mucho Frankl, panita.

miércoles, enero 14, 2009

The Aussie way (4): Ruge la mar embravecida


Esa tarde me invadió esa familiar sensación de nuevo, un sobresalto que había dejado soterrado años atrás, un recuerdo muy lejano pero que –como manejar bicicleta- nunca se olvida realmente. Miraba para todos lados cual ventilador. Cada 30 segundos ubicaba con los ojos a mi hijita –¡ah! allí está. Está bien- me decía mientras me tranquilizaba al verla jugando y que no le había pasado nada todavía. Sentía nuestra integridad amenazada. Y sí ¡era en Australia! Aquí donde supuestamente nos íbamos a olvidar de resguardar nuestra seguridad de esta manera porque se suponía segura. Sí, aquí –cual Caracas- estaba yo nervioso viendo para todas partes.

Y para completar el cuadro Latinoamericano, se me vino al ipod eterno que tengo por mente esta melodía: ♪Ruge la mar embrabecida♪… ♪Rompe la ola desde el horizonte♪… ♪Brilla el verde azul del mar caribe♪…

Coro:Tiburón, que buscas en la orilla♪…♪Tiburón, que buscas en la arena♪…

Todos los años hay ataques esporádicos de tiburones en WA. De estos, cada dos o tres años uno es fatal. Ya esta temporada se comieron a alguien que estaba buceando en Port Kennedy. Poco después de ese episodio fuimos a la playa cerca de allí, y –lógicamente- estaba un poco más alerta que de costumbre, tanto que me trajo “viejos recuerdos”.

En fin, aquí los tiburones son como las culebras en Venezuela. Todo el mundo ha visto una culebra alguna vez en su vida y conoce a alguien, o ha escuchado de alguien que lo picó una culebra. Con los tiburones aquí es igual. Es común. Nadie le hace mucho caso, ni se preocupan demasiado. Recuerdo una vez estar trotando en la playa cuando divisé a un montón de gente alrededor de unas cámaras de Channel Nine, todo un alboroto. Me acerqué a preguntar y mi sospecha se confirmó: habián visto un tiburón en la playa, cerquita –supuestamente-. Habia un helicóptero dando vueltas. Habían cerrado la playa y todo. Pero la gente -pata e’rolo- se negaba a salirse de la playa. La cumbre de este relato fue cuando en la noche, en la casa, vi el reportaje con la toma desde el helicóptero: el tiburón era gigantesco ¡y estaba nadando como a 20 metros de la gente chapoteando!

Estadísticamente tenerle miedo a un ataque de tiburón es totalmente absurdo. En toda la historia de WA se han registrado alrededor de 60 ataques. Las estadísticas de toda Australia están aquí y así lo demuestran. Por ejemplo, muchísima mas gente fallece ahogada en piscinas y playas por año que por ataques de tiburón o de cualquier otro animal del mar.

No hay duda, ningún animalejo va a detener la cultura playera de esta ciudad. Yo insisto: la playa en Perth es como el mall para los americanos -o los latinoamericanos que heredamos el mismo perfil consumista-. Aquí la gente va a la playa a ver y dejarse ver. En la playa encontramos a los amigos. En la playa también se cometen algunos excesos: se bebe en cantidades industriales, en algunas playas populares se arman trifulcas (Brawls) de película. La playa es el santuario del australiano y está bien metida en su cultura, allá junto a las Barbies y al beber como cosacos.

Las playas aquí son ultra-espectaculares. Eso sí, la temperatura del agua es más fría que en el Caribe. Gran cosa. Yo ya me acostumbre. Es cuestión de los primeros 30 segundos. De resto, es como bañarse en las playas del oriente venezolano. Es en el verano –ahora- cuando agradezco el vivir en la única capital de australia que realmente tiene la playa muy cerca y la integra a la vida del habitante.

¡Larga vida a Perth y sus playas!

Y chao, me voy a la playa.

Post relacionados (y más sobre la cultura local playera): Little Beach

domingo, enero 04, 2009

El limbo, 4 de Enero 2009

Los tiempos decembrinos son generalmente tiempos de reflexión y espiritualidad. En ese mes estamos de vacaciones junto a la familia, en casa o en algún otro lugar, con mucho tiempo para cavilar sobre las cosas que realmente nos importan. Es en diciembre cuando se toman esas grandes decisiones: casas, viajes, migraciones, retornos. Es en esas fechas cuando se recarga el espíritu y enfocamos correctamente, realineamos el timón, guiados por el ethos y no por el luxus. Es así para la mayoría. Es lo que debería ser.

No para nosotros.

Estamos de vacaciones desde la segunda semana de diciembre. Nos quedamos en Perth; después de todo aquí hay verano, playas, amigos, chorrocientos restaurantes y atracciones, además ya habíamos viajado en el 2008. Había que hacer las compras, la decoración de la casa, estaban las cenas, las fiestas, las reuniones. Esa fue nuestra frenética vida hasta el 24: compra, come, bebe, sale, entra, playa, tiburones, decora, ríe, vuelve a reír, vuelve a comer, de nuevo a comprar. Me prohibí a mí mismo sacar todo tipo de cuenta matemática, ya sea de dólares o de kilos. Me hubiera vuelto loco si no. Y así llegó el 24 y 25. ¡Ya pasó! ¡Que rápido! Nos gustaron nuestros regalos. Y la Viv quedo super contenta.

Pasando el 24 y hacia el 31 poco a poco entramos en una especie de excentricidad del espacio-tiempo. Fue como si los relojes comenzaran a andar más y más lento. Los días largos; el sol se ponía como a las 9 de la noche. Salíamos en la tarde a la playa, luego a un restaurante, luego visitábamos a alguien, y todavía llegaba a ver una película. No se como nos daba tiempo para todo. Inclusive nos dio por organizar la gran fiesta del 31 en la casa, incluyendo ese monumental emprendimiento denominado “hacer hallacas para 30 personas” y las hicieron (yo no participé) en ¡sólo un dia! Y eso fue trabajando desde las 6 de la tarde. Y así: tic, tac, tic, tac, llegó el 2009.

Pero llegado el 1ero de enero el tiempo se nos detiene. Entre el 1ero y el día que comenzamos a trabajar entramos en un trance en el que –al menos yo- no tengo objetivos, no se quien soy, ni a donde voy, ni que voy a hacer mañana. No se cual es mi profesión, ni mi trabajo, no tengo nacionalidad. Me alimento cuando tengo hambre, duermo cuando tengo sueño. No se que idioma hablo –sólo me comunico-. Se que tengo esposa e hija y que los suegros están en la casa –porque están a mi lado-. No hay futuro, ni pasado, sólo vivo el momento y si acaso pienso en las próximas 3 horas. Estamos en el limbo.

Me di cuenta de esto ayer –y este es el tipo de cosas que sólo escribiría en un diario privado como este- cuando con un grupo de caribeños se nos dio por hablar de las estrellas, y allí estábamos todos como bobos mirando el cielo de noche y apuntando a satélites, ovnis, aviones y cometas. Olvidados de todo, relajados, disolutos como sólo se puede estar los primeros días de enero antes de comenzar a trabajar de nuevo.

No podía ser de otra manera porque -parafraseando a un gordito bigotudo- y en referencia al 2009: “póngase las alpargatas que lo que viene es joropo”.

¡Feliz 2009!
¡Bom ano novo!
Bonne et heureuse année!
Happy new year!