martes, marzo 23, 2010

El pana Ned (o del calor humano que quema)

Estando un poco cansado de ver como la desconfianza entre venezolanos da al traste con cualquier comunidad que formamos, en particular –pero no exclusivamente- con el país, historias como las de Ned refrescan, revitalizan, se hacen necesarias y entrañables. Una vez leí una frase categórica que encapsulaba bien esta historia. Era una expresión oximorónica que exponía como todo en exceso es malo y a la vez sugería que por muy malo que sea algo, siempre tiene aspectos positivos. Pero por más que le doy vueltas a la cabeza no logro dar con la cita. Se me borró de la mente, se esfumó, se desapareció ¿Dónde fue que leí la bendita cita?

Conocí a Ned en Perth hace algunos años. El pana Ned es australiano pero no es el típico mate. Ned habla varios idiomas, es culto, refinado, diría que hasta flemático. Habla un español venezolano perfecto, de terciopelo. Su trabajo lo llevó a varios países del mundo y llegó a Venezuela a principios de los noventa; tiempos turbulentos, de golpes, de movimientos políticos. Y él era más turbulento aún, en sus treinta y pico –con el pico corto-, soltero y sin compromiso. Ya se encargaría Venezuela de afilarle el pico.

Recién llegado, Ned trabajaba en una transnacional en Caracas. Era su primera vez en un país que no fuera del primer mundo así que él tenía mucho que aprender y asimilar. Cuenta el mismo Ned que él se volvía un nudo de confusión, una estopa arañada por un gato, cuando leía en el periódico, por ejemplo, que un asaltante fue ultimado a manos de un guachimán que le pegó tres veces con un tolete de cinco kilos de queso de año por la cabeza. Cosas así que sólo pasan en nuestro país. Al pobre Ned le costó un mundo entender la dinámica existencial venezolana, pero una vez que logró fluencia en el idioma, se hizo de unos amigos –lo cual no cuesta nada en Caracas- y siguió sin entender, después de todo Venezuela no es para entenderla, es para vivirla. Y eso hizo precisamente: se vivió a Venezuela.

La rutina de los viernes de Ned pasó de leer un libro en su apartamento a la siguiente: estaba en una tasca al final de la tarde, tipo seis o siete. Allí el grupo hacia el pre-despacho hasta que se movía a uno de los tantos locales nocturnos de la capital -Ned al principio bailaba como si hubiera tomado merengada de cabilla, pero con el tiempo se le soltaron esos huesos y ya al final el tipo parecía de goma- Al salir de la disco, tipo 3 o 4 de la madrugada, a veces el grupo se iba a casa de alguien y nunca faltaba el que sacara un cuatro y allí continuaban la rumba charrasqueando, cantando y bebiendo hasta el amanecer. En otras oportunidades se iban a la playa con el mismo plan, distinto escenario. O se iban a comer arepas o lo que se pudiera ingerir en cualquier calle del hambre a esa hora. Invariablemente la mañana del sábado agarraba a Ned con alguno de sus compañeros llevándolo a su apartamento y depositándolo como un trapo (y depositar no es una metáfora) en su cama.

Ned estaba disfrutando al máximo su estadía en Caracas, muy bien adaptado, quizás un poco más de lo necesario. O para decirlo en criollo, Ned se fue de palo, se pasó de la raya. Quedo embebido entre amigotes, amigas, informalidad, rumba, desorden, noche, playa, cervezas, chistes, joda, picardía, risas, muchas risas, pero de esas carcajadas venezolanas en las que se deja el alma. A Ned lo flemático se le fue al carajo en Venezuela. Y así Ned decidió que él se quedaba, que ni de vaina regresaba a Australia o a ningún otro país.

El tiempo pasó y cuando Ned tenía casi diez años en Venezuela –rumba tras rumba- ocurrió lo inevitable. En un viaje a Margarita en una semana santa, Ned quedo flechado por una morenaza que le echó el lazo. La chica en cuestión también estaba de vacaciones en la playa y de regreso en la capital prosperó una relación estable y hasta formal. Y luego vino el noviazgo, y después el matrimonio. Y eventualmente el primer hijo australo-venezolano. A esas alturas corría el año 2002, época de gran perturbación política y económica en Venezuela: golpes de estado, protestas, represión. Muchos venezolanos sentimos un gran desencanto en ese entonces, algunos tuvimos la visión de lo que se venía y buscamos salir del país. Pero Ned no. Ned seguía enamorado de su rincón tropical. No obstante las circunstancias de ese momento histórico lo obligaron a tomar un avión de vuelta a Perth con su nueva familia, después de casi quince años en Venezuela.

Y así fue como acabé conociendo a Ned en Perth. En una oportunidad, en una de esas tantas reuniones a las que he asistido, nos sentamos juntos, tragos de por medio, él con un vaso lleno de hielo y de un amarillo impúdico, yo con una copa de cabernet sauvignon del Margaret River, allí me contó su historia. Lo que más me hizo mella fue como la finalizó: -…viejo, si fuera por mí yo todavía estuviera en Venezuela, la que insistió en venirnos fue mi esposa…-. A lo que respondí: -¿Cómo puedes decir eso Ned?, tú sabes cómo está Venezuela ahora ¿no te importan tus hijos, tu familia?- Y Ned ripostó: -no chamo, no me importaría, esas son tonterías. Allá yo era realmente feliz-.

Pero en dónde diablos se habrá metido la cita esa, justo ahora no la recuerdo. Como sea, cual médium y a riesgo propio, intentaré invocarla desde el fantasma de la memoria: “Si amas hasta que duela, entonces no hay más dolor, sólo más amor.”

Como siempre inspirado en personajes reales y en tantos “gringos” que se han enamorado de esa tierra pasionera que te atrapa con un calor humano tan intenso que quema. El pana Russel del blog
Venezuelan Music merece una mención especial en este rubro.

domingo, enero 10, 2010

The dark side

Estaban Darth Vader y Luke Skywalker en su sempiterna pelea con los sables laser:

- Luke espera, tengo algo que decirte- dijo Darth Vader guardándose su sable rojo (rojito) en el cinto.

- Defiéndete malvado- Dijo Luke. Y agrego: -¿Qué me vas a decir, que soy tu hijo?-

- No vale Luke, eso lo sabe toda la galaxia. Lo que tengo que decirte es otra cosa. Mira, es que no deberíamos seguir peleando-.

- ¿Cómo?- Ripostó Luke, blandiendo su sable verde.

- Sí Luke. Es que mientras peleamos a esto se lo están llevando los mediocres-.

- No entiendo- dijo Luke con atención, ahora sí guardando el sable.

- Sí. Los mediocres. Es que si continuamos peleando nos vamos a joder todos y esto se lo van a llevar ellos. Y si no me crees, escucha, te lo voy a demostrar-.

Y así procedió el gran Darth Vader a enumerar las razones por las cuales los mediocres se están quedando con todo:

1) La gente cree que Tarek Willian es poeta (y que Jose Vicente intelectual, y Diosdado un estadista).

2) Y 10 años después, con 80% de pobreza, desempleo, delincuencia, corrupción, opresión y subversión, todavía hay millones que deliran por Chávez.

3) Y también 10 años después, todavía hay miles que piensan que los anteriores son unos resentidos marginales que no piensan y que ni vale la pena intentar razonar con ellos.

4) Ni hablar del racionamiento de luz eléctrica en un país rico en recursos energéticos.

5) Y los jóvenes que creen que el reggaeton es la música más creativa que hay.

6) Y también están los empresarios que antes eran azul azulitos que ahora se cuadran con el régimen por puro dinero dinerito.

7) Hay muchos argentinos, franceses y hasta australianos que también deliran por Chavez. Es que a la gente le encanta una revolución (con tal que no sea en su país)

8) Y aunque no se crea, hay gente que sí piensa que el dólar volvió de nuevo a 4.30 y que ahora sí vamos a estar chévere como antes.

9) Y existen agrupaciones tipo estudiantes revolucionarios, o encapuchados subversivos defendiendo al gobierno. ¿Y desde cuándo los jóvenes y estudiantes se cuadran con el stablishment?

10) Algunos juran que allá hay una revolución cultural (con ministro de la cultura y todo)

11) Jesucristo, el Che, Fidel, Bolivar, Miranda, la virgencita, la montaña de sorte y babalawos cubanos todos caben en el mismo saco ideológico sin problema alguno.

12) Es típico conseguirse a un rojo rojito alabando al socialismo y criticando al capitalismo del norte, pero vestido con pantaloncitos Tommy, zapaticos Nike y portando un teléfono Blackberry.

13) Y hablando de Blackberry, un teléfono celular costosísimo con múltiples funciones destinado a ejecutivos, es el teléfono que usan desde las quinceañeras hasta los motorizados.

14) Y en la misma onda de ser consecuente, recuerdo que el cajero de la panadería de la casa era un morenito como de metro y medio que tenía un tatuaje neo-nazi en el brazo. Así de fácil.

martes, diciembre 29, 2009

La hallaca

Cuenta la leyenda que el origen de la hallaca, popular plato navideño venezolano, se remonta a la época de la colonia. En aquel entonces, los indios que trabajaban para los criollos comían unos bollos o tamales a base de maíz que rellenaban con las sobras de comida que les dejaban sus patrones. En una cierta navidad, los criollos, quienes solían celebrar con grandes fiestas y comilonas, enfurecieron a las autoridades eclesiásticas con ese trato hacia los indios. Por esta causa, les exhortaron a que comieran como los indios que trabajaban para ellos. Los criollos, temerosos de un castigo divino, comenzaron a preparar el plato, pero ya no con sobras putrefactas, sino con carne e ingredientes de primera. Y así nació la hallaca como la conocemos hoy. Inclusive se dice que el nombre hallaca viene de “allá-y-acá” en referencia a que la comen los indios –allá- y los patrones –acá-.

En estas navidades ese “allá-y-acá” me ha estado rebotando entre las sienes como un pedazo de hierro candente. Me parece ineludible que hasta el origen de nuestro más conocido plato navideño emule nuestra marca de fábrica: el hecho de que los que siempre hemos vivido “acá” con más educación y recursos ignoremos a los de “allá” en los barrios pobres, sin instrucción, con pocas posibilidades de salir de allí y tener una vida más digna. Me quedo pensando en cómo estamos entrenados para ignorar al prójimo. Y tal vez esa sea la forma de sobrevivir emocionalmente en Venezuela: el blindarse, el no sentir nada frente a la necesidad ajena. Si no fuera así, sufriríamos mucho al ver a un niño de la calle, o al leer un periódico y enterarnos de lo que pasa en Petare cada fin de semana. Demostramos nuestra coraza de insensibilidad cuando –típica visión caraqueña- nos conseguimos a alguien con un ataque de epilepsia en la acera y todo el mundo le pasa por encima sin atisbar a ayudar. Y también probamos nuestro blindaje emocional al trabajar en equipo, desde lo más simple, por ejemplo en una junta de condominio, donde todo el mundo sólo ve su pequeña parcela y cada quien tira para su lado, insensibles de la necesidad del prójimo, y siempre salen todos peleados, con la junta directiva acusados de ladrones. Y lo mismo recuerdo en la organización de casi cualquier cosa: en las reuniones de trabajo, grupos comunitarios, y de allí se puede subir a los partidos políticos, y de allí al gobierno –cualquiera de ellos-; cada quien pensando sólo en su grupo “acá”, insensible y cruel con lo que le pase a aquellos “allá”.
Nosotros, tan familieros y amigueros como somos tendemos a ser sumamente cálidos con nuestro entorno íntimo, pero fuera de allí “los demás no existen ni me interesan”. En estos días de recogimiento espiritual pienso que hay que tener más presente a otros ámbitos. Y no se trata de pensar en los niños pobres de África, ni siquiera en los de Venezuela. Tampoco se trata de hacerse amigo de todos, o de ayudar a todo el que se pueda. Este tipo de cosas se comienza con acciones mucho más pequeñas: con ser amable y respetuoso con todos –especialmente con los que no son nuestro entorno íntimo-, con respetar y valorar la opinión de los demás, o aprendiendo a ponerse en los zapatos de otro. Porque no todo el mundo ve las cosas igual que las vemos nosotros. Por ejemplo, en la figura arriba yo veo a dos viejitos frente a frente. ¿Será posible que alguien vea algo más?
Así de básico estamos.

jueves, noviembre 19, 2009

El muy personal éxito

Siempre lo he dicho y lo sostengo: todo lo que he hecho en esta vida se lo debo a una mentira. A una mentira oportuna, sabia, llena de ilusión -y sin duda- carente de ingenuidad. Mi papá siempre me repetía cuando niño: “mira chamo, cuando tú seas un líder, tienes que saber cómo tratar a la gente…” y por allí se extendía. O afirmaba: “…porque cuando seas un profesional y estés a cargo…”. Y así me fue llenando de afirmaciones positivas. Él daba por sentado que yo llegaría muy lejos, que tendría éxito porque tenía con que, porque sí, y punto. Y yo me lo creí.

El éxito es un concepto difícil. Es algo muy subjetivo. Mucha gente lo asocia con bienes materiales: el auto o la casa de mis sueños, dinero (o gastarlo a manos llenas); otros lo relacionan con formas espirituales: familia, amigos, paz interior. Hay quienes lo atañen con aspectos más corpóreos: apariencia física, poder, control, reconocimiento público. Lo más probable es que cada quien tenga una combinación de estos. En este momento pienso a futuro en cuál sería mi combinación y se me vienen a la mente cualquier cantidad de cosas transcendentales. En cambio, si miro atrás y recuerdo los instantes en los que me he sentido realmente exitoso, encuentro que no son momentos particularmente elevados. No son momentos ni familiares, ni siquiera muy públicos, son más bien instantes muy personales. Por alguna razón los delirios de éxito son siempre eso: chispazos de personalidad más o menos viscerales.

Por ejemplo, cuando tenía pocos años de graduado, era ingeniero pero trabajaba en negocios –alguien tenía que llevar la tecnología a las empresas ¿no?- y viajaba mucho. Recuerdo una vez que hice un Caracas-Munich-Bogotá-Lima como en dos semanas. Al levantarme en el hotel en Lima, abrí los ojos y me abrumó el cansancio, mezclado con el desarraigo, con la modorra, con el pisco sour de la noche anterior, y me sobrevino la duda existencial: “¿y dónde coño estoy…?”. Me reí de mi mismo mientras me levantaba, me pareció deliciosamente Cool no saber por un instante en que país me encontraba, porque había viajado mucho, porque estaba allí para hacer negocios, porque supuestamente me iba a ir bien. Y al asomarme a la ventana y ver la vista sobre Lima, cual delirio del Chimborazo, cual Napoleón en Montmartre, en ese instante me sentí exitoso; me creí –sin que las ruedas del carro chillen- un James Bond. Muchos años me faltaban allí para inclusive saber lo que era hacer negocios de verdad, en particular como se hacían en America Latina. Igualmente mi juventud no me dejaba digerir las inconveniencias de vivir entre aeropuertos y hoteles. Pero claro, yo todavía no entendía nada de eso en aquel episodio de grandilocuencia introspectiva.

Varios años después me tocó vivir en Brasil por un corto periodo. Que de tiempos turbulentos en São Paulo. Al principio me pegó y juro que emulaba la estampa del pobre tipo que va dándole pataditas a la lata en el fondo del callejón. Todavía soltero, con mucho trabajo y relativo poco tiempo libre, me refugié en la lectura. Leí novelas, cuentos, ensayos políticos, filosóficos, de todo. La sociedad paulista era mucho más pujante y alentadora de valores artísticos y espirituales de lo que nunca fue Caracas. Varias veces experimenté que al terminar la última página del libro y cerrar la contratapa, yo ya no era la misma persona. Y así me conquisté a mí mismo, y una vez más la sensación de éxito me embargaba, pero esta vez mucho más dulce, más espiritual, menos material, pero -se me antoja- más tangible. Mucho de lo que soy hoy –y muchas de las palabras que he vertido en este espacio virtual- vienen de esa época. Sin embargo, el tiempo me enseñaría luego que siempre se abre una brecha entre lo que uno vívidamente sueña y lo que se puede realizar, y que el truco está en saber la diferencia. Como leí una vez –de esa época-: “cabeça nas estrelas, pés no chão” o “cabeza en las estrellas, pies en la tierra”.

Hoy en la víspera de mi cumpleaños, reflexiono que el tiempo lo hace a uno menos proclive a esos destellos de éxito personal. Hoy la familia y en particular mi hija lo es todo. Una hija como Viv ocupa todas nuestras energías. Viv va al colegio, y en las tardes y fines de semana hace gimnasia, ballet, natación. Le gusta socializar con sus amiguitas, dibujar, practicar matemáticas; lee al menos dos o tres libros por semana por pura diversión. Es una estudiante excepcional y nunca se cansa, siempre está haciendo algo, preguntando, curioseando. Lo que más me sorprende es el entusiasmo y pasión que le pone a todo lo que le gusta. Y es así como obtiene resultados destacados. Sinceramente, cada vez que me siento cansado como para hacer algo, me acuerdo de la pasión y energía de Viv y me doy aliento.

Pero discúlpenme tanta letra y tanta vuelta, cuando desde el principio lo que quería decir era algo muy sencillo: se me antoja ahora que el éxito más grande que yo haya podido alcanzar es que mi hija hoy sea un ejemplo para mí, en vez del modelo clásico que yo sea el ejemplo para ella. Gracias por ese regalo de cumpleaños; no sé si me lo merezco, pero lo aprecio entrañablemente. Gracias.

lunes, octubre 05, 2009

Las cosas de Perth a las que nunca te acostumbras (y posiblemente de Australia también)

- Que te quedes estático por más de 10 segundos y al salir del letargo estés lleno de telarañas.

- Que en verano casi nadie use zapatos en la calle.

- Que toda vagabundería quede justificada con un “pobrecito, estaba borracho…”

- Que si te agarran pidiendo una botella de vino que no sea de Western Australia, el local te mire como si quisiera volverte morcilla con su visión de rayos X.

- Que absolutamente todo el mundo, a todo nivel, sea super chismoso, pero a la Australiana: que el afectado nunca se entera (“confidencialidad”, le dicen aquí)

- Que los venezolanos aquí chismeen a la Australiana pero que el afectado siempre se acabe enterando.

- Que en cualquier actividad formal, por ejemplo trabajo, la gente no te dirija la palabra hasta que no te conozcan bien.

- Que en cualquier situación informal, por ejemplo en la calle, todo el mundo te hable como perico sin conocerte.

- Que todo el mundo se niegue –y hasta se ofenda- en reconocer diferencias sociales entre australianos (supuestamente aquí no hay diferentes acentos, todos las urbanizaciones son iguales para vivir, todos somos igualitos…)

- Que los mismos carajos que dicen que todos somos iguales clasifiquen a la gente en los que viven al norte o al sur del rio, o los que tienen a los niños en tal o pascual colegio privado, o los que tienen o no una lancha. “Es que no son diferentes clases; son sólo diferentes demographics…”

- Que en las urbanizaciones de clase alta la gente sea súper sociable, y en las de clase trabajadora la gente tienda a ser más engreída y antisocial (¿Y entre venezolanos no era al revés?)

- Que la mentalidad sea “el lugar de la mujer es en la casa cuidando a sus muchachos y punto, no joda”.

- Que a pesar de lo anterior sea frecuente conseguirse mujeres electricistas, o mecánicos, o ejerciendo cualquier tipo de profesión en la sociedad.

- Que se crean que inventaron a la parrillada como evento social.

- Que el tema de conversación más recurrente sea el origen étnico de la gente y que tu carta de presentación sea tu raza. Ah, y que no entiendan que los latinos no son una raza originaria sino una mezcla. Es más: que no entiendan lo que es una mezcla –en este contexto-.

- Que si tienes o quieres hacer un posgrado eres un animal raro; si tienes más de uno eres un bicho insólito; o si hablas tres o cuatro idiomas eres un extraterrestre.

- Que todo cierre a las 5:00pm y esté cerrado todo el domingo. Y que –hasta ahora- no hayan aprobado horas extendidas de comercio.

- Que se acuesten a dormir con las gallinas a las 8:00pm. Y que se levanten –con los gallos- a las 4:00am.

- Que haya esta pepa de sol a las cuatro de la mañana y que no hayan querido cambiar una hora en el verano como el resto del mundo civilizado para aprovechar mejor la luz (dizque porque los niños se quedan despiertos hasta más tarde, o porque hace más calor, o porque las vacas se confunden)

- Que te consigas una jauría de canguros en la calle (o como se diga grupo de marsupiales)

- Que haber visto a un tiburón en la playa sea tan común como haber visto una culebra en Venezuela.

- Y last but not least, que las tiendas tengan ofertas especiales todo el año: descuentos de temporada de 20% (luego de haber subido el precio al doble); o los descuentos de 40% cuando uno regatea -no es por nada, pero si yo doy un descuento de 40% estaría poniendo por escrito en la factura que fui un autentico ladrón desde el principio, ¿o no?-.

jueves, septiembre 24, 2009

Wilmer

El pana Wilmer vive en Caracas. Igual que el panita Alberto.

Wilmer M., conocido en los bajos fondos como “el Wilcho”, es mecánico de oficio. Soñador, músico y siempre pelando bola, coexiste en esa Caracas de barrio desconocida para muchos; “pobre pero honrado” como diría él. En Venezuela si creciste pobre, por como luces y te expresas –por tu pinta pues- es típico que alguna vez te hayan negado la entrada en algún local nocturno, o te hayan rechazado de algún trabajo, o simplemente alguien se haya incomodado por tu presencia y te lo haya hecho saber bruscamente, tú sabes, ese tipo de roce tan criollo, tan “nuestro”. El caso es que Wilmer, por supuesto, no era inmune a esas sutiles señales y las fue anotando por ahí a través de los años. Hoy no es de extrañar que Wilmer se sienta identificado con su presidente –también conocido en los bajos fondos como “Esteban”-; después de todo este habla y luce como él, a Esteban también “los otros” le dicen “mono” o “macaco”, y es lógico que cada vez que Wilmer escucha que llaman así a su presidente le de un poco de rabia y se identifique aun más con él. Wilmer toda su vida fue pobre y se sintió olvidado por todos, en especial por la clase dirigente; pero hoy en día tiene una conexión emocional con su líder político. Además, gracias a su presidente, él, su esposa y dos hijos ahora están estudiando de noche, todos sacando el bachillerato, y por ello recibe un ingreso de alrededor de $100 por cabeza al mes (que en Venezuela bastante ayuda) Y no sólo eso, sino que el bachillerato lo puede sacar en dos años. Ah, y luego seguir a la Universidad –que son sólo dos años más, Bolivarianamente hablando-. Y ni hablar del mercado popular que ahora tiene el barrio; ni del nuevo servicio de medicina preventiva local. En fin, si tú fueras Wilmer, también quisieras a Esteban de presidente, y hasta el dos mil siempre.

El pana Alberto también vive en Caracas. Igual que el panita Wilmer. En la Caracas del este, la buena, donde las luces brillan bonito. Él se cruza con Wilmer sólo en el taller donde lleva el carro a hacerle el servicio. Alberto es el típico clase media, profesional, graduado de universidad –pública por cierto. Como todo clase media, para él su Venezuela, su país, es su gente, sus amigos de la urbanización, del trabajo, sus recuerdos de universidad. ¿Barrios pobres? Ni de cerca. Jamás ha pisado uno. Como muchos venezolanos medianamente acomodados, él siempre ha tratado de distanciarse de todo lo que le huele a pobre gastando fortunas en mantener apariencias: en carros, en el club, en pinta, en viajes a Miami, en fiestas de socialité, en lujos. A pesar de la situación actual del país, Alberto todavía se siente orgulloso de su origen y su lema es “en Venezuela todos tenemos la misma oportunidad” en referencia a que si estudias y trabajas duro, seguro sales adelante. Y así lo hizo él, estudio y se fajó para llegar a donde está. No obstante Alberto hoy se preocupa porque las oportunidades de salir adelante se le cierran; el actual gobierno interviene empresas productivas para sustituirlas por versiones estatales ineficientes, el desempleo entre profesionales aumenta, los salarios se hacen pírricos. Además se intimida a opositores del régimen con varios esquemas: listas de personas, cierre de medios de comunicación. Sin mencionar que se está destruyendo la educación y con ella el futuro. La guinda de la torta es que su presidente –sí, Esteban- se expresa en forma grosera, vulgar, y él no se siente representado por esos valores. Alberto, sin más, está muy preocupado y no puede entender -no le cabe en la cabeza- que alguien en su sano juicio pueda apoyar al actual gobierno de su país.

Hace unas semanas vino a Perth un dirigente estudiantil venezolano a dictar conferencias en un par de universidades sobre las bondades de la revolución bolivariana. Tuve la experiencia de escuchar –e intervenir- en una de las charlas. El discurso del muchacho me lo sabía, pero una cosa es recordarlo y otra diferente es volver a sentir tan cerca aquello que sólo leía en línea y discutía con amigos después de tanto tiempo. Lo que más me hizo mella no fue lo que dijo el párvulo oficialista sino los post comentarios, lo que luego leí, investigué, discutí, para darme cuenta –y sorprenderme- con lo poco que entendemos los venezolanos a la crisis moral en la que estamos sumidos.

Venezuela tiene una pobreza de más del ochenta por ciento. La clase media es sólo un 10% del país. El solo pensamiento de que todo el que estudie podrá tener una vida digna, como enfatiza Alberto, está ignorando hechos simples como que no a todos su condición les permitirá estudiar. Algunos sin recursos tendrán que trabajar temprano, o a otros la cabeza no les dará para estudiar, después de todo eso no es para todo el mundo. Australia, EEUU o cualquier país de Europa está lleno de gente que no termina la escuela secundaria y todos tienen una vida digna, ya sea manejando un camión, o limpiando o tomando un oficio. Es eso o se sobreviene un problema social, caldo de cultivo para la delincuencia y otros vicios. Que todos, no solo los más educados, puedan vivir dignamente, hace una sociedad real, integra. Pero en Venezuela algunos oficios son pensados para gente de segunda con remuneración de segunda. En términos simples, nuestro problema es el sistema de clases en el que hemos vivido por tanto tiempo, en que no nos pensamos como una sociedad integra sino una sociedad de clases, con gente bien y gente mal. Y así lo ve Alberto, que no se puede poner en los zapatos de Wilmer porque para él Wilmer no existe; Wilmer le arregla el carro, se hablan, bromean entre ellos, pero no lo ve, es transparente.

Recuerdo que cuando vivía en Venezuela traer a colación este tipo de temas era exponerse a que te trataran de “chavista light”. Se sobrevenían miraditas, carrasposos, o en algunos casos hasta agresiones, porque “a esa gente hay que oponérseles, hay que odiarlos”. No se daban cuenta, mis queridos clase media, que de eso se alimenta Esteban, del odio, de las agresiones, como en el caso de Wilmer. El pobre Wilmer tampoco se da cuenta que lo manipulan con una inyección de odio; así como tampoco se da cuenta que esos regalos que hoy recibe no son sustentables en el tiempo porque no producen nada, que la educación que recibe es más un adoctrinamiento político que preparación para un trabajo mejor, y que –peor aún- no van a haber trabajos y ni carros para arreglar en un futuro no tan lejano si las cosas continúan como van.

Lo que más duele es que el problema no es la gente, ni sus dirigentes o políticos, es el sistema. No se puede acusar a Alberto –y menos a Wilmer- de culpables. “La culpa no es del individuo, es el sistema que está podrido” leí por ahí. ¿Y que esperanza hay de que cambie este sistema en una o dos generaciones?

Discúlpeme el amigo lector, yo siempre escribiendo cosas que no le interesan a nadie, pero es que la vida es como un paisaje; puedes vivir en el medio de este pero sólo puedes describirlo si lo miras a la distancia.

domingo, septiembre 13, 2009

Imágenes retro

Hoy fuimos a pasear por Cottesloe beach. En todo el trayecto, ida y vuelta, escuchaba en el carro Soda Stereo, el disco en vivo de la gira “Me veras volver 2007”. Tal vez parezca un hallazgo forzado, pero esta tarde descubrí que Soda le queda de perlas a Perth como sound track. Pero claro, de eso no se enteran los perthianos. Y Cerati menos aún.
Lo llaman memoria musical. Nada trae memorias tan vivas como escuchar esa canción de la misma época. Y allí estaba yo, manejando hacia la casa pero con la mente veinte años atrás en el mirador de la Alameda en Caracas, donde bajo los acordes de Nada Personal a un grupo de amigos nos daban las seis de la mañana hablando pajita de la buena. Y ya a esa hora la sinergia era tal, que lo que fuera, lo que pasara, así fuera una mosquita volando, nos daba mucha risa. ¡Ah! y además éramos inmortales. Sí señor.
Hoy en día disfruto otro tipo de música, pero más nunca ninguna melodía me ha logrado mover como la de esa época. Y claro, estoy consciente que con la edad nos volvemos especialmente remolones a aprender y experimentar cosas nuevas. Hablar otro idioma, la forma en que se socializa, las costumbres o la ideología política, todo eso se debería aprender bien antes de los treinta, y entre más temprano mejor. Luego es mucho más difícil. Y cambiarlo lo es más aún.
Mi filosofía de vida es el balance. Compensar la terquedad de la edad, con la sabiduría de la experiencia que viene con ella. Balancear la tozudez, con el entusiasmo de nunca dejar de sorprenderse con las cosas. Bien lo decía Nietzsche: “la madurez no es más que recuperar la seriedad con la que jugábamos cuando niños”. “¡Y que así sea!” me dije mientras continuaba manejando hacia la casa. Y resoluto, me propuse explorar más aun, vivir más en estos tiempos, que allá afuera hay un mundo nuevo, lleno de gente, música y cosas interesantes. Y así llegue a la casa.
Aquí al llegar, me quito los zapatos y me voy al closet a guardarlos. Para mi sorpresa, cuando abro el guardarropa, reparo en la fila de blue jeans: todos, absolutamente todos ¡eran Levi’s 501! De diferentes colores, pero eran los mismitos de hace 20 años. Y lo demás era igual: los zapatos emulaban los mocasines Sebago y Thunderbird, las franelas ahora no son Ocean Pacific pero son Billabong. Chemises, camisas, pantalones ¡todo era ochentoso! si acaso noventoso temprano. Sí, ese soy yo.
Y horrorizado del hallazgo, me fui a la cama en shock.