Emigrar es una decisión radical -generalmente para un problema radical- y el que así deja su país tiende a pensar radicalmente; a no apreciar los matices grises entre el blanco y el negro.
En el extremo blanco, me consigo en Australia a bastantes grupos de inmigrantes que socializan casi exclusivamente con los suyos, cada “tribu” separada de la otra: hindúes con hindúes, chinos con chinos, caribe con caribe, pommies con pommies, surafricanos, croatas, italianos, aquí hay gente de todas partes del globo, inclusive con mucho tiempo aquí -20 años- que socializan de esta manera. Y cada tribu tiende a pensar que su cultura es de alguna forma más rica que la local -o la de otras tribus-, así es el ser humano. Generalmente el trabajo y el estudio de los niños llevan a estos grupos a relacionarse un poco con otras tribus pero la tendencia a recluirse entre los suyos, por cuestiones de idioma e idiosincrasia, es clara y determinante. He notado, lo admito, que los más extremos, que se cierran exclusivamente con los suyos, y que hasta rechazan a los locales, tienden a pasar por periodos de depresión por la falta de su país. A pesar de esto, esta posición hay que saber respetarla porque las relaciones humanas son algo muy personal. Particularmente, el australiano, que es mayoría aquí, es muy respetuoso y deja a cada quien hacer lo que quiera (aunque tras bastidores, sobre todo después de algunos tragos, algunos Aussies me han enfatizado que les disgusta la reclusión en tribus)
Pero en el extremo negro del gradiente, también me he conseguido a algunos inmigrantes que prefieren relacionarse exclusivamente con los locales en lugar de con los suyos. Nótese que no se trata de que están abiertos a todos por igual, sino de que decidieron deliberadamente discriminar a sus compatriotas en favor del local. Este razonamiento siempre viene acompañado de la pregunta “¿Para qué me vine de Suazilandia… (inserte aquí su país de preferencia)… para andar aquí con Suazilandeses?”. En la psiquis de este inmigrante casi siempre está presente un cierto rechazo a su país, prejuicio con sus paisanos -con lo cual queda justificada la emigración-, idealización del país que lo recibe -todo en Australia es bueno, todo en su país de origen era malo- y por ahí va la cosa. A pesar de que esta posición pareciera auto-racismo, esta también toca respetarla, por su naturaleza personal, y porque cada quien es libre de escoger sus amistades como quiera. Sin embargo debo decir que los que he conocido con esta postura también tienden a deprimirse seriamente, y si son inmigrantes recientes, presentan cierta desadaptación. En lo personal, no creo que nadie pueda darle la espalda a sus raíces sin afectar un poco su salud mental.
Y en el medio está el color gris, que es donde yo prefiero ubicarme. Los grises, entre el blanco y el negro, no discriminan a sus amistades por la nacionalidad o el origen étnico sino que están abiertos a relacionarse con cualquiera que le brinde una relación mutua. Puesto de esa manera, abierto, sin prioridades, no hay duda de que la tendencia va a ser a relacionarse más con los que se tengan más cosas en común: con tus compatriotas, en mi caso con venezolanos. ¿Qué se le va a hacer? Esa es la dinámica emocional, pero no es exclusivo.
Aquí tenemos amigos venezolanos y australianos y a ambos los disfrutamos en forma diferente. No tengo preferencia pero admito que con los venezolanos es mucho más fácil porque la curva de amistad es más rápida, y lo más importante, la tasa de acierto y el tipo de relación es mejor para lo que uno busca. Cuando pasas el tiempo con amigos es para relajarse del trabajo y de las actividades cotidianas, y lo quieres hacer sin presiones. Con otras nacionalidades, al menos al inicio, hay que hacer un esfuerzo, con resultados a veces inciertos. No obstante, si se está abierto a todos, va a ser inevitable que eventualmente se haga amistad “en serio” con algunos locales.
Pero los australianos socializan de otra forma. Para ilustrar la diferencia, pongo a mi mejor amigo aussie; nos tenemos una gran confianza, pasamos excelentes momentos en familia, pero nos vemos, si acaso, una vez al mes. En cambio con los venezolanos nos vemos casi todos los fines de semana.
En algún lado leí que la definición de amigo es aquel del cual uno está seguro que no nos va a hacer ningún daño. Además de la atracción mutua, esa sensación de confianza debe existir para que sea un “amigo de verdad”, sino es sólo una relación. Tener este tipo de amistad con alguien de otro país, con otras costumbres, no es tan fácil, depende de tu capacidad para relacionarte –y la del prospecto de amigo-. En particular el australiano es sumamente simpático, hablador (al menos en Perth), pero difícilmente da “esa confianza” así como así. Los aussies son gente de contactos, de conocerte, de hablarte, de saber que haces, pero en realidad sus grupos sociales son más bien reducidos a núcleos familiares y allegados. Pero si logras establecer una amistad real con un australiano, sabes que tienes a alguien en quien confiar de verdad y a un amigo para toda la vida.
Por supuesto que entre venezolanos también se hacen amistades de confianza, pero como está el factor “bochinche” de por medio muchas relaciones tienden a quedarse a ese nivel (¿o soy yo el bochinchero?) Después de todo no es posible ser el gran amigo de todo el mundo porque hay matices de compatibilidad y uno filtra y es filtrado en consecuencia. La dinámica de las relaciones humanas que llaman.
En todo caso, cada quien tiene los amigos que puede o que quiere. Pero una cosa es seguro; el aspecto social-emocional es clave para el éxito de cualquier proyecto de inmigración a largo plazo. Ignorarlo, o encararlo de mala manera, puede costar caro.