jueves, mayo 01, 2008

La parrilla

Yo sabía que no debía haber salido ese sábado –todavía tenía la resaca del viernes- pero allí estaba yo; 5:30pm tocando la puerta, retoño en mano, cava en la otra, consorte al lado. Nos abrieron la puerta, pasamos y siguieron los saludos de rigor: “¿y entonces?” -poniendo el típico hocico de oso hormiguero venezolano-. Besos aquí, abrazos allá. Para ese momento yo había divisado un punto estratégico en el patio al lado de la cava de otro que siempre trae una cervecita Belga (de Bélgica) que me gusta mucho. Busqué mi silla de camping de Bunnings de $7.50, me senté, y con sigilosos movimientos le saqué una cerveza de la cava porque “en Australia se comparte ¡claro que sí!”. Saqué del bolsillo de la bermuda un destapador que siempre llevo conmigo –porque es el llavero del carro-, y con extrema precisión deduje la ecuación matemática que involucraba la presión del gas en la botella, la fuerza de reacción de la chapita, y la palanca que tenía que aplicar con el destapador. Despeje la variable, apliqué la palanca con el torque exacto y …psssttttt….; “ahora puedo darle el primer trago” me dije. Tomé un sorbo y mientras saboreaba el amargo reflexionaba: “…que tranquilidad… en Australia definitivamente la vida es otra…”. Enderecé la cabeza, me acomodé los lentes de sol, y comencé a observar la fauna crepuscular del evento. Es que tú sabes, yo disfruto de observar a la gente y notar las corrientes de emociones que corren entre los diferentes grupos que se forman; miradas entrecruzadas, muecas, complicidades, picardías, tensiones. A mi derecha estaban varios de los hombres reunidos alrededor de la parrillera. El esposo, el gordo dueño de la casa, era el que parecía que iba a preparar la cosa. Al fondo, en la mesa –que seguro también la sacaron de una oferta en Bunnings-, estaban las mujeres, las esposas, cuchichiando, conspirando. Saltó la flaca, esposa del gordo, que con su voz chillona le gritó al marido: “¡mi amooooor!, ¿la carne que estamos preparando estará bien sólo con saaaal?...”. “¡Sí mi amoooooor!..” contestó el gordo –como me encanta el acento caraqueño sobre todo cuando le ponen aquel acento al final en “saaaal” y “amoooor”-. La flaca le llevó el bowl al gordo, este montó la carne en la parrillera, gas, fuego, y listo. Ya estábamos cocinando. Sigo observando. Parados en la entrada de la sala estaban un par de Aussies, descalzos, con las cholas guardadas en el bolsillo de atrás de la bermuda; probablemente eran maridos de algunas de las mujeres. Continúo. Había otro grupito mixto, hombres y mujeres, en un mueble aparte. No los conocía. “¿Acabarán de llegar? deben ser nuevos” pensé. Adentro en la sala estaban los niños –desguañingando la casa-, jugaban separados en edades -¿por que será que en Australia todos nos separamos en categorías? hombres, mujeres, niños, edades, intereses; un orden inalienable. Y que ni se le ocurra a un hombre irrumpir en el grupo de mujeres o viceversa. Las miradas volverían el clima tan espeso que se podría cortar el aire con una navaja-. En fin, así seguía la tarde de sábado, cada grupo en su conversación, y surgen las mímicas, las caras, los gestos, los comentarios que se cuelan, los brinquitos –porque los venezolanos cuando estamos reunidos pegamos brinquitos acompasados mientras hablamos, parecidos al paso de merengue “brincaito” que estuvo de moda en los 90 ¿te acuerdas?-. Di un vistazo a la parrillera y escuché al gordo: “…pana, como le roncaban los motores a esa bicha… que fuerza… eso si es una camioneta…pero no se si me la pueda comprar”. Las mujeres ya tenían la ensalada casi lista. El cuchicheo seguía. Mientras el gordo: “en el test drive le pisé la chola para subirle las revs al máximo… ¡como respondía!... yo no me quería bajar de la camioneta…”. Para ese momento la flaca levantó la cabeza, y notando el humo que salía de la parrillera le grita al marido: “mi amor, la carne…”. Pero el gordo no le hace caso y sigue: “yo me lleve la camioneta más lejos de lo que me permitían en la agencia…hasta pique cauchos bro…”. Los Aussies todavía estaban en la puerta, hablando los dos. Los nuevos conversando sobre política venezolana –tema poco recordado aquí para el resto- y las mujeres murmurando, excepto una, la flaca, que ya en un tono mas fuerte le grita al marido: “mi amor ¡ve la carne por favor!”. Pero el gordo nada. Y él seguía: “era el último modelo de la Toyota, de este año, 8 cilindros… ¡eso si es un carro!...”. Ya los nuevos se estaban moviendo hacia la sala porque el humo y el olor a quemado empezaban a molestar. Los Aussies ya se habían ido. Las mujeres llamaban a sus niños. Y la flaca: “¡la carne mi amor, por dios!” Pero el gordo seguía: “y por dentro era comodísima, los espejos se arreglaban solos censando el peso del piloto…”. “!Mi amor saca la carne yaaaaaa!” “que nota de camioneta mi pana….”. “¡mi amooooooooor la caaaarneeeeeee!”. Y el gordo: “Pero bueno mujer ¿qué es lo que te pasa?”. Yo casi me paro y le grito: “¡Que se te quemó la carne gordo del cara...j, que más va a pasar, mientras hablabas pistoladas! ¡Si de vaina no se te quemó la casa chico!” pero me contuve y no dije nada. Ante la tensa situación los invitados se estaban yendo sin despedirse. El gordo al ver el carbón en el que se había convertido la carne dijo: “ahh, esteeh, umh, mi amor, no me había dado cuenta, es que tú sabes, estoy atendiendo a los invitados y de parrillero a la vez, es muy forzado…”. La flaca estaba roja como un tomate de la rabia y le dijo: “pero…¿y ahora que le vamos a dar de comer a esta gente?”. Y el gordo: “¿Cuál gente?, creo que todos se fueron”. En eso los dos repararon en que el único que quedaba era yo, y volteando la cabeza me dijeron al unísono: “Y tú ¿que haces todavía allí?”…

¿Yo?...bueno… sólo reflexionando que… en Australia, la vida definitivamente es otra.

1 comentario:

Andre_Vzla dijo...

No tienes idea de como disfruto leer tus post eres muy bueno escribiendo no dejes de hacerlo.
Mi esposo y yo queremos saltar el charco como dicen y bueno en tu blog e encontrado cosas super utiles muchas gracias de verdad
AndreinaG
Venezuela