Viniendo de una de “esas” reuniones del trabajo y después de haber presenciado como BHP botó a 2100 trabajadores en WA en un sólo día, y además dándome cuenta que este es un momento sólo comparable a la gran depresión de 1929, estaba más que determinado a escribir algo sobre la crisis financiera. Tendría que hacerlo antes de que se me quitara el saborcito a carne cruda de la boca. Pero decidí que no, que no voy a escribir nada.
Hubiera escrito sobre por qué las crisis de este tipo son mucho peores en los países desarrollados que en los sub-desarrollados. Que en países como Australia se trabaja a riesgo controlado, buscando un flujo de caja, un retorno seguro. Que en países como Venezuela el riesgo siempre es altísimo y nadie tiene un negocio allá para buscar flujo de caja sino para mantenerse en la pelea buscando “ese negocio grande que lo saque de abajo”. ¿Qué una compañía perdió plata un año en Venezuela? ¡No importa! -que el próximo año me ira mejor- Y además, el personal es barato. ¿Para que sulfurarse? Pero no en Australia. Aquí las compañías no soportarían ni un mes en rojo; al menor aviso de flujo negativo: cortan personal y costos en masa. Y luego toda esa gente en la calle no tendrá para pagar las hipotecas, lo que presionará a los bancos, y aunado al descenso del precio de los metales –el comodity australiano- y que el principal cliente –China- también se mueve hacia la recesión, entonces bueno. Sobre todo eso hubiera escrito. Pero no lo voy a hacer.
Escribiré, en cambio, sobre Víktor Frankl. Este psicólogo vienés insistía en que lo que nos mueve en la vida no es el anhelo de felicidad como postulaba Freud, ni las ansias de poder como demandaba Adler. No, nada de eso. Frankl decia que era nuestra libertad de elección. Frankl acuño el término proactividad que más recientemente Stephen Covey popularizó en el ámbito empresarial. Covey separó a la proactividad en dos componentes. El primero es el mismo concepto de Frankl: la libertad de elección, el asumirse uno como responsable de su conducta, lo que implica la toma de iniciativas para generar mejoras, sin descargar la responsabilidad en otras personas o circunstancias externas. Y el segundo, y mas interesante, el enfocar las acciones dentro de las cosas que podemos influir.
Siempre recuerdo a aquella compañera de trabajo que se odiaba mutuamente con otra de la misma oficina. Ella comentaba que “la otra” le estaba arruinando su vida con chismes y jugarretas, que le hacia la vida imposible, que ya no le provocaba ni ir al trabajo -¿para qué? ¿Para verle la cara a la bicha esa?- me decía. Se la pasaba inquieta con todo lo que hacia su odiada colega: con quien hablaba, si se reunía con el jefe, se preocupaba por cosas antes de que pasaran, se las imaginaba por adelantado. Yo le decía: -mija, te preocupas demasiado. Ignórala-. Y ella: -No puedo, si todo el tiempo esta hablando atrás de mi ¡la odio! ¡esa tipa va a acabar con mi vida!-. Pero un día hablando largo y tendido, la logre convencer de que era su decisión el que esa otra la hiciera tan infeliz. Mi amiga, de buenas a primeras decidió que la otra no la iba a afectar así, y que –es más-, la iba a saludar e inclusive ayudar y cooperar con ella si era el caso. Y se paró, fue hasta su escritorio, le plasmó un besote en el cachete: - ¡muack! hola fulana, ¿Cómo estás?- y se quedó hablando un rato con ella. Y así continuó tratándola todos los días. La actitud temerosa que tanto la afectaba desapareció, y se reconcilió con su trabajo; todo por asumir que ella solita era responsable de sus reacciones, y actuó en lo que podía cambiar. Fue proactiva, puro Frankl.
Frankl fue un genio. Yo creo firmemente en que no hay nada tan energizante como sentirse libre y responsable de sus actos, y además ganar experiencia para distinguir como actuar. Imagino que Frankl gozaría un montón psicoanalizando a la gente de hoy, y le diría a Freud y Adler: “¿ven como la felicidad y el poder no hacen al hombre? ¿Ven como yo tenía razón?”
Algunas situaciones que así lo demuestran:
- Cuando el 20 de enero ya usted ni se acuerda de las resoluciones que tan firmemente había jurado cumplir durante el año; mi hermano, allí falta Frankl.
- El tipo que nunca tiene tiempo para nada, que el trabajo ocupa todo su tiempo y aun así no lo termina, que no tiene tiempo para jugar con sus hijos, ni para escuchar a su esposa, y muchísimo menos para tener hobbies y hacer cosas que le gustan: Frankl con él.
- El personaje que odia al presidente venezolano y siente que este lo odia a él, que el tipo ese ha destruido su vida, y peor aun, que se le refiere como mono, mico o cualquier epíteto racista que en definitiva lo que hace es acrecentar la división por la que este sigue en el poder: remember Frankl.
- El padre que se da cuenta que la única ambición de su hijo de 16 años es ser patinetero, que no le gusta estudiar ni trabajar, y dice: “es que este hijo mío no salió a mi; nació flojo el condenado”: 100% falta de Frankl.
- Otro padre que dice: “es que en la casa ninguno de estos muchachos me hace caso. ¡Cuero es lo que necesitan!”: Frankl por el pecho allí.
- Despojarse de la responsabilidad de nuestros actos y depositarla en brujería, cábala, suerte u otros entes etéreos –aunque algunos logren inspirarse positivamente con esas cosas-: igual, allí necesitan a Frankl.
- Exceso de religiosidad –que hasta Jesus dijo: ayúdate que yo te ayudaré-: Frankl pa’lla.
- El gordo que queriendo rebajar nunca lo logra y culpa a la comida sabrosa que le preparan. El desordenado que nunca logra una rutina de orden y culpa a los demás en la casa. A todos esos: Frankl con ellos.
- Y a los que dirán en un año que la crisis económica se los llevo en los cachos, que como podrían haber imaginado lo que se les venia encima: Frankl, mucho Frankl, panita.
viernes, enero 23, 2009
miércoles, enero 14, 2009
The Aussie way (4): Ruge la mar embravecida
Esa tarde me invadió esa familiar sensación de nuevo, un sobresalto que había dejado soterrado años atrás, un recuerdo muy lejano pero que –como manejar bicicleta- nunca se olvida realmente. Miraba para todos lados cual ventilador. Cada 30 segundos ubicaba con los ojos a mi hijita –¡ah! allí está. Está bien- me decía mientras me tranquilizaba al verla jugando y que no le había pasado nada todavía. Sentía nuestra integridad amenazada. Y sí ¡era en Australia! Aquí donde supuestamente nos íbamos a olvidar de resguardar nuestra seguridad de esta manera porque se suponía segura. Sí, aquí –cual Caracas- estaba yo nervioso viendo para todas partes.
Y para completar el cuadro Latinoamericano, se me vino al ipod eterno que tengo por mente esta melodía: ♪Ruge la mar embrabecida♪… ♪Rompe la ola desde el horizonte♪… ♪Brilla el verde azul del mar caribe♪…
Coro: ♪Tiburón, que buscas en la orilla♪…♪Tiburón, que buscas en la arena♪…
Todos los años hay ataques esporádicos de tiburones en WA. De estos, cada dos o tres años uno es fatal. Ya esta temporada se comieron a alguien que estaba buceando en Port Kennedy. Poco después de ese episodio fuimos a la playa cerca de allí, y –lógicamente- estaba un poco más alerta que de costumbre, tanto que me trajo “viejos recuerdos”.
En fin, aquí los tiburones son como las culebras en Venezuela. Todo el mundo ha visto una culebra alguna vez en su vida y conoce a alguien, o ha escuchado de alguien que lo picó una culebra. Con los tiburones aquí es igual. Es común. Nadie le hace mucho caso, ni se preocupan demasiado. Recuerdo una vez estar trotando en la playa cuando divisé a un montón de gente alrededor de unas cámaras de Channel Nine, todo un alboroto. Me acerqué a preguntar y mi sospecha se confirmó: habián visto un tiburón en la playa, cerquita –supuestamente-. Habia un helicóptero dando vueltas. Habían cerrado la playa y todo. Pero la gente -pata e’rolo- se negaba a salirse de la playa. La cumbre de este relato fue cuando en la noche, en la casa, vi el reportaje con la toma desde el helicóptero: el tiburón era gigantesco ¡y estaba nadando como a 20 metros de la gente chapoteando!
Estadísticamente tenerle miedo a un ataque de tiburón es totalmente absurdo. En toda la historia de WA se han registrado alrededor de 60 ataques. Las estadísticas de toda Australia están aquí y así lo demuestran. Por ejemplo, muchísima mas gente fallece ahogada en piscinas y playas por año que por ataques de tiburón o de cualquier otro animal del mar.
No hay duda, ningún animalejo va a detener la cultura playera de esta ciudad. Yo insisto: la playa en Perth es como el mall para los americanos -o los latinoamericanos que heredamos el mismo perfil consumista-. Aquí la gente va a la playa a ver y dejarse ver. En la playa encontramos a los amigos. En la playa también se cometen algunos excesos: se bebe en cantidades industriales, en algunas playas populares se arman trifulcas (Brawls) de película. La playa es el santuario del australiano y está bien metida en su cultura, allá junto a las Barbies y al beber como cosacos.
Las playas aquí son ultra-espectaculares. Eso sí, la temperatura del agua es más fría que en el Caribe. Gran cosa. Yo ya me acostumbre. Es cuestión de los primeros 30 segundos. De resto, es como bañarse en las playas del oriente venezolano. Es en el verano –ahora- cuando agradezco el vivir en la única capital de australia que realmente tiene la playa muy cerca y la integra a la vida del habitante.
¡Larga vida a Perth y sus playas!
Y chao, me voy a la playa.
Post relacionados (y más sobre la cultura local playera): Little Beach
Y para completar el cuadro Latinoamericano, se me vino al ipod eterno que tengo por mente esta melodía: ♪Ruge la mar embrabecida♪… ♪Rompe la ola desde el horizonte♪… ♪Brilla el verde azul del mar caribe♪…
Coro: ♪Tiburón, que buscas en la orilla♪…♪Tiburón, que buscas en la arena♪…
Todos los años hay ataques esporádicos de tiburones en WA. De estos, cada dos o tres años uno es fatal. Ya esta temporada se comieron a alguien que estaba buceando en Port Kennedy. Poco después de ese episodio fuimos a la playa cerca de allí, y –lógicamente- estaba un poco más alerta que de costumbre, tanto que me trajo “viejos recuerdos”.
En fin, aquí los tiburones son como las culebras en Venezuela. Todo el mundo ha visto una culebra alguna vez en su vida y conoce a alguien, o ha escuchado de alguien que lo picó una culebra. Con los tiburones aquí es igual. Es común. Nadie le hace mucho caso, ni se preocupan demasiado. Recuerdo una vez estar trotando en la playa cuando divisé a un montón de gente alrededor de unas cámaras de Channel Nine, todo un alboroto. Me acerqué a preguntar y mi sospecha se confirmó: habián visto un tiburón en la playa, cerquita –supuestamente-. Habia un helicóptero dando vueltas. Habían cerrado la playa y todo. Pero la gente -pata e’rolo- se negaba a salirse de la playa. La cumbre de este relato fue cuando en la noche, en la casa, vi el reportaje con la toma desde el helicóptero: el tiburón era gigantesco ¡y estaba nadando como a 20 metros de la gente chapoteando!
Estadísticamente tenerle miedo a un ataque de tiburón es totalmente absurdo. En toda la historia de WA se han registrado alrededor de 60 ataques. Las estadísticas de toda Australia están aquí y así lo demuestran. Por ejemplo, muchísima mas gente fallece ahogada en piscinas y playas por año que por ataques de tiburón o de cualquier otro animal del mar.
No hay duda, ningún animalejo va a detener la cultura playera de esta ciudad. Yo insisto: la playa en Perth es como el mall para los americanos -o los latinoamericanos que heredamos el mismo perfil consumista-. Aquí la gente va a la playa a ver y dejarse ver. En la playa encontramos a los amigos. En la playa también se cometen algunos excesos: se bebe en cantidades industriales, en algunas playas populares se arman trifulcas (Brawls) de película. La playa es el santuario del australiano y está bien metida en su cultura, allá junto a las Barbies y al beber como cosacos.
Las playas aquí son ultra-espectaculares. Eso sí, la temperatura del agua es más fría que en el Caribe. Gran cosa. Yo ya me acostumbre. Es cuestión de los primeros 30 segundos. De resto, es como bañarse en las playas del oriente venezolano. Es en el verano –ahora- cuando agradezco el vivir en la única capital de australia que realmente tiene la playa muy cerca y la integra a la vida del habitante.
¡Larga vida a Perth y sus playas!
Y chao, me voy a la playa.
Post relacionados (y más sobre la cultura local playera): Little Beach
domingo, enero 04, 2009
El limbo, 4 de Enero 2009
Los tiempos decembrinos son generalmente tiempos de reflexión y espiritualidad. En ese mes estamos de vacaciones junto a la familia, en casa o en algún otro lugar, con mucho tiempo para cavilar sobre las cosas que realmente nos importan. Es en diciembre cuando se toman esas grandes decisiones: casas, viajes, migraciones, retornos. Es en esas fechas cuando se recarga el espíritu y enfocamos correctamente, realineamos el timón, guiados por el ethos y no por el luxus. Es así para la mayoría. Es lo que debería ser.
No para nosotros.
Estamos de vacaciones desde la segunda semana de diciembre. Nos quedamos en Perth; después de todo aquí hay verano, playas, amigos, chorrocientos restaurantes y atracciones, además ya habíamos viajado en el 2008. Había que hacer las compras, la decoración de la casa, estaban las cenas, las fiestas, las reuniones. Esa fue nuestra frenética vida hasta el 24: compra, come, bebe, sale, entra, playa, tiburones, decora, ríe, vuelve a reír, vuelve a comer, de nuevo a comprar. Me prohibí a mí mismo sacar todo tipo de cuenta matemática, ya sea de dólares o de kilos. Me hubiera vuelto loco si no. Y así llegó el 24 y 25. ¡Ya pasó! ¡Que rápido! Nos gustaron nuestros regalos. Y la Viv quedo super contenta.
Pasando el 24 y hacia el 31 poco a poco entramos en una especie de excentricidad del espacio-tiempo. Fue como si los relojes comenzaran a andar más y más lento. Los días largos; el sol se ponía como a las 9 de la noche. Salíamos en la tarde a la playa, luego a un restaurante, luego visitábamos a alguien, y todavía llegaba a ver una película. No se como nos daba tiempo para todo. Inclusive nos dio por organizar la gran fiesta del 31 en la casa, incluyendo ese monumental emprendimiento denominado “hacer hallacas para 30 personas” y las hicieron (yo no participé) en ¡sólo un dia! Y eso fue trabajando desde las 6 de la tarde. Y así: tic, tac, tic, tac, llegó el 2009.
Pero llegado el 1ero de enero el tiempo se nos detiene. Entre el 1ero y el día que comenzamos a trabajar entramos en un trance en el que –al menos yo- no tengo objetivos, no se quien soy, ni a donde voy, ni que voy a hacer mañana. No se cual es mi profesión, ni mi trabajo, no tengo nacionalidad. Me alimento cuando tengo hambre, duermo cuando tengo sueño. No se que idioma hablo –sólo me comunico-. Se que tengo esposa e hija y que los suegros están en la casa –porque están a mi lado-. No hay futuro, ni pasado, sólo vivo el momento y si acaso pienso en las próximas 3 horas. Estamos en el limbo.
Me di cuenta de esto ayer –y este es el tipo de cosas que sólo escribiría en un diario privado como este- cuando con un grupo de caribeños se nos dio por hablar de las estrellas, y allí estábamos todos como bobos mirando el cielo de noche y apuntando a satélites, ovnis, aviones y cometas. Olvidados de todo, relajados, disolutos como sólo se puede estar los primeros días de enero antes de comenzar a trabajar de nuevo.
No podía ser de otra manera porque -parafraseando a un gordito bigotudo- y en referencia al 2009: “póngase las alpargatas que lo que viene es joropo”.
No para nosotros.
Estamos de vacaciones desde la segunda semana de diciembre. Nos quedamos en Perth; después de todo aquí hay verano, playas, amigos, chorrocientos restaurantes y atracciones, además ya habíamos viajado en el 2008. Había que hacer las compras, la decoración de la casa, estaban las cenas, las fiestas, las reuniones. Esa fue nuestra frenética vida hasta el 24: compra, come, bebe, sale, entra, playa, tiburones, decora, ríe, vuelve a reír, vuelve a comer, de nuevo a comprar. Me prohibí a mí mismo sacar todo tipo de cuenta matemática, ya sea de dólares o de kilos. Me hubiera vuelto loco si no. Y así llegó el 24 y 25. ¡Ya pasó! ¡Que rápido! Nos gustaron nuestros regalos. Y la Viv quedo super contenta.
Pasando el 24 y hacia el 31 poco a poco entramos en una especie de excentricidad del espacio-tiempo. Fue como si los relojes comenzaran a andar más y más lento. Los días largos; el sol se ponía como a las 9 de la noche. Salíamos en la tarde a la playa, luego a un restaurante, luego visitábamos a alguien, y todavía llegaba a ver una película. No se como nos daba tiempo para todo. Inclusive nos dio por organizar la gran fiesta del 31 en la casa, incluyendo ese monumental emprendimiento denominado “hacer hallacas para 30 personas” y las hicieron (yo no participé) en ¡sólo un dia! Y eso fue trabajando desde las 6 de la tarde. Y así: tic, tac, tic, tac, llegó el 2009.
Pero llegado el 1ero de enero el tiempo se nos detiene. Entre el 1ero y el día que comenzamos a trabajar entramos en un trance en el que –al menos yo- no tengo objetivos, no se quien soy, ni a donde voy, ni que voy a hacer mañana. No se cual es mi profesión, ni mi trabajo, no tengo nacionalidad. Me alimento cuando tengo hambre, duermo cuando tengo sueño. No se que idioma hablo –sólo me comunico-. Se que tengo esposa e hija y que los suegros están en la casa –porque están a mi lado-. No hay futuro, ni pasado, sólo vivo el momento y si acaso pienso en las próximas 3 horas. Estamos en el limbo.
Me di cuenta de esto ayer –y este es el tipo de cosas que sólo escribiría en un diario privado como este- cuando con un grupo de caribeños se nos dio por hablar de las estrellas, y allí estábamos todos como bobos mirando el cielo de noche y apuntando a satélites, ovnis, aviones y cometas. Olvidados de todo, relajados, disolutos como sólo se puede estar los primeros días de enero antes de comenzar a trabajar de nuevo.
No podía ser de otra manera porque -parafraseando a un gordito bigotudo- y en referencia al 2009: “póngase las alpargatas que lo que viene es joropo”.
¡Feliz 2009!
¡Bom ano novo!
Bonne et heureuse année!
Happy new year!
¡Bom ano novo!
Bonne et heureuse année!
Happy new year!
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