Ese día venia manejando desde mi nuevo trabajo por la maravillosa costa sur de Perth. La primavera comenzaba a calentar, el sol bañaba los ventanales de las mansiones con vista al mar y el resplandor me encandilaba atrás del volante. Era como cuando la policía interroga a un delincuente y lo pone contra una luz incandescente para intimidarlo: “¡confiesa Fer! ¡Quieres ir a la playa a relajarte!”. Yel me había dicho por teléfono que estaba cansada así que por esta vez decidí pasar de largo la casa y seguir hacia la playa.
Me dirigía a Cottesloe beach la cual era nuestra playa preferida para esa época y además quedaba a cinco minutos de la casa. En el carro venía escuchando un CD de los Artic Monkeys que generosamente me había prestado un amigo del trabajo. Los Artic Monkeys no eran ni son de mi predilección, al decir verdad me parecían una mierda pero trataba de escucharlos para entender por qué le gustan a tanta gente, por qué los idolatran de esa manera. No se si será una cosa generacional pero por alguna razón no me la llevo bien con las recientes bandas del Reino Unido, tanto que me gustaban antes.
Así llegué al estacionamiento enfrente a la playa, y allí me quedé en el carro un rato con los vidrios abajo mirando el atardecer sobre el mar y escuchando este CD, tratando de hacerme un video clip personal, cazando rayos de sol, visualizando paisajes, contrastes, tonos, poniéndolo todo junto con la música. Con el último guitarrazo desafinado decidí bajarme del carro y me acomodé en un escalón de la grama que está en frente de la arena de la playa. A esa hora, tipo 6:00pm, el frío primaveral contrasta con la calidez de la luminosidad; la luz es amarillísima, casi anaranjada, y el contraste con el azul del mar es espectacular. Al atardecer Cottesloe Beach siempre está poblada por parejitas, niños, estudiantes, muchísimas gaviotas, hay de todo y para todos, un bello espectáculo de colores y gente. Lo único que perturbaba mi cuadro sensitivo era la batería estridente de los Artic Monkeys que todavía me retumbaba en la cabeza. Yo tengo el problema -o virtud, depende de donde se vea- que siempre mantengo un iPod virtual en la cabeza, generalmente del último ritmo que escucho.
Y justo en ese momento una señora se aplasta a mi lado en la grama, como a un metro. La miro de reojo y noto que lleva una bolsa con algo que parecían migajas de pan. La señora comenzó a tirarle el pan a las gaviotas y enseguida estas acudieron al llamado alimenticio. Eran de esas gaviotas blancas con alas grises; primero eran cinco, luego diez, luego veinte; se peleaban los pedazos de pan entre ellas, y picotazos iban y venían. “¡Iaaaahr!” chillonamente graznaban las gaviotas; era un grito agudísimo, como la desafinada guitarra de la banda inglesa que todavía me atormentaba en la mente. La señora les lanzó más migajas, y esta vez se sumaron otras gaviotas que tenían como una raya rosada en la cabeza, se abrieron paso aleteando vigorosamente, desesperadas entre las gaviotas de ala gris para ganarse el sustento. El cuadro se veía como una gran nube de plumas blancas, matizada por grises y rosados. “¡Iarrrhr!, ¡Iarrrhr!” descollaba el escalofriante sonido entre el abrumador retumbo del aleteo. De nuevo la vieja arrojó migajas y esta vez entraron revoloteando los cuervos, unos cinco o seis, parecían unos patoteros enfundados en sus chaquetas de cuero negro que entraban al sitio a destrozarlo todo. Y aquella coñaza mi hermano, porque los cuervos llegaron repartiendo picotazo y ala a diestra y siniestra. Un cuervo dispara primero y averigua después. A estas alturas los agitados pájaros se nos estaban acercando peligrosamente y ya la señora se estaba asustando. Yo también. En un último intento desesperado, la señora tomó la bolsa de pan, y como en cámara lenta alzó el brazo para lanzarla lejos, pero con el impulso la bolsa se rompió, cubriéndonos completamente de migajas. Y allí quedamos: cubiertos como si fuéramos unas milanesas gigantes, como un par de helados de mantecado con lluvia de maní, presa fácil para las voraces aves.
Salimos gateando de allí, en una escena digna de la película “The Birds” de Hitchcock, arrastrándonos rapidito, durante largísimos segundos, sin pena, sin voltear atrás, sin mirar a los lados. Huimos por nuestras vidas.
El otro día un amigo me preguntaba sobre los Artic Monkeys, que como me parecían. Le dije que me parecían una mierda, pero le dije una mierda de pájaro sin realmente saber por qué. Ahora que estos recuerdos ocupan mi mente ya se por qué fue.
Me dirigía a Cottesloe beach la cual era nuestra playa preferida para esa época y además quedaba a cinco minutos de la casa. En el carro venía escuchando un CD de los Artic Monkeys que generosamente me había prestado un amigo del trabajo. Los Artic Monkeys no eran ni son de mi predilección, al decir verdad me parecían una mierda pero trataba de escucharlos para entender por qué le gustan a tanta gente, por qué los idolatran de esa manera. No se si será una cosa generacional pero por alguna razón no me la llevo bien con las recientes bandas del Reino Unido, tanto que me gustaban antes.
Así llegué al estacionamiento enfrente a la playa, y allí me quedé en el carro un rato con los vidrios abajo mirando el atardecer sobre el mar y escuchando este CD, tratando de hacerme un video clip personal, cazando rayos de sol, visualizando paisajes, contrastes, tonos, poniéndolo todo junto con la música. Con el último guitarrazo desafinado decidí bajarme del carro y me acomodé en un escalón de la grama que está en frente de la arena de la playa. A esa hora, tipo 6:00pm, el frío primaveral contrasta con la calidez de la luminosidad; la luz es amarillísima, casi anaranjada, y el contraste con el azul del mar es espectacular. Al atardecer Cottesloe Beach siempre está poblada por parejitas, niños, estudiantes, muchísimas gaviotas, hay de todo y para todos, un bello espectáculo de colores y gente. Lo único que perturbaba mi cuadro sensitivo era la batería estridente de los Artic Monkeys que todavía me retumbaba en la cabeza. Yo tengo el problema -o virtud, depende de donde se vea- que siempre mantengo un iPod virtual en la cabeza, generalmente del último ritmo que escucho.
Y justo en ese momento una señora se aplasta a mi lado en la grama, como a un metro. La miro de reojo y noto que lleva una bolsa con algo que parecían migajas de pan. La señora comenzó a tirarle el pan a las gaviotas y enseguida estas acudieron al llamado alimenticio. Eran de esas gaviotas blancas con alas grises; primero eran cinco, luego diez, luego veinte; se peleaban los pedazos de pan entre ellas, y picotazos iban y venían. “¡Iaaaahr!” chillonamente graznaban las gaviotas; era un grito agudísimo, como la desafinada guitarra de la banda inglesa que todavía me atormentaba en la mente. La señora les lanzó más migajas, y esta vez se sumaron otras gaviotas que tenían como una raya rosada en la cabeza, se abrieron paso aleteando vigorosamente, desesperadas entre las gaviotas de ala gris para ganarse el sustento. El cuadro se veía como una gran nube de plumas blancas, matizada por grises y rosados. “¡Iarrrhr!, ¡Iarrrhr!” descollaba el escalofriante sonido entre el abrumador retumbo del aleteo. De nuevo la vieja arrojó migajas y esta vez entraron revoloteando los cuervos, unos cinco o seis, parecían unos patoteros enfundados en sus chaquetas de cuero negro que entraban al sitio a destrozarlo todo. Y aquella coñaza mi hermano, porque los cuervos llegaron repartiendo picotazo y ala a diestra y siniestra. Un cuervo dispara primero y averigua después. A estas alturas los agitados pájaros se nos estaban acercando peligrosamente y ya la señora se estaba asustando. Yo también. En un último intento desesperado, la señora tomó la bolsa de pan, y como en cámara lenta alzó el brazo para lanzarla lejos, pero con el impulso la bolsa se rompió, cubriéndonos completamente de migajas. Y allí quedamos: cubiertos como si fuéramos unas milanesas gigantes, como un par de helados de mantecado con lluvia de maní, presa fácil para las voraces aves.
Salimos gateando de allí, en una escena digna de la película “The Birds” de Hitchcock, arrastrándonos rapidito, durante largísimos segundos, sin pena, sin voltear atrás, sin mirar a los lados. Huimos por nuestras vidas.
El otro día un amigo me preguntaba sobre los Artic Monkeys, que como me parecían. Le dije que me parecían una mierda, pero le dije una mierda de pájaro sin realmente saber por qué. Ahora que estos recuerdos ocupan mi mente ya se por qué fue.
7 comentarios:
Jajaja amigo Fer, debo admitir mi ignorancia en música....no conocía al grupo Artic Monkeys...entonces antes de realizar un comentario, busqué en youtube y oí un par de temas.
Coincido con vos, no me gustan, no es mi onda, y también me los quedé escuchando para detectar alguna razón por la que, como decís, la gente los idolatra.
No la encontré, solo puedo decirte que son demasiado pesados para mí, me aturden, me intranquilizan. Sus videos son rápidos, su música pesada...es decir, no me brindan lo que busco al oír música.
Pero respeto a los que sí gustan de ellos.
Por otro lado pensaba que contraste de sensaciones, no? La hermosura de la playa, la vista armónica, los colores del atardecer, el sonido de las gaviotas y el espectáculo de verlas venir a comer....vs la música "agresiva" que tenías de fondo.
Creo que el último episodio que contas, el del pan cayendo sobre ustedes, quedó anexado con la música...por eso cuando te preguntan por la música respondes así.
Pero en mí hubiera sido al revés...en mí quedaría tan grabada esa música que cada vez que vea gaviotas mi cerebro traería a mi conciencia esos sonidos musicales.
A tu compañero de trabajo no le voy a pedir recomendaciones de grupos musicales, esa es mi conclusión. :(
Muy buen post. Muy buena narración.
Un abrazo argentino!!!
Hola Sil,
En serio no esperaba reacciones de este post. Gracias por tu comentario tan desarollado, gracias por tener la sensibilidad para captar la idea...
Gracias
:P
PD: siguiendo tu ejemplo me meti en youtube a ver que habia de nuevo de los Artic Monkeys. Ya les medio paso algunas de las nuevas canciones retro... medio. Pero las viejas nunca.
jajajajajajajajajajajajaja, o sea chamo, te tocò salir gateando, te imaginas si esos animales caen encima de ti, es que no te dejan para contar esta historia, jajajajaja, pero bueno, gracias a dios que saliste ileso y todo no pasò de un susto.
Artic Monkeys? en su casa lo conocen, imagino lo entruendosa de su musica, cuando te pusieron en ese estado de catarsis, que te llevò a la playa para hacerte presa fàcil de gaviotas y cuerdos jajajajajajajajajajajaja.
jajaja ajajjaa ajajjaja ajajjajaja
No tego ni idea de quien es esa banda... pero te puedo decir que casi me hice pipi de la risa imaginandome la historia... jajaja ajajjaja ajajajjaja
No agradezca amigo Fer. Ud se lo merece.
Su blog me gusta. Encontré aquí un espacio inocente, que habla de la vida, de su familia, de una gran experiencia de vida, etc.
Creo que me entendes, hay mucha gente que escribe, y no tienen por qué captar nuestra atención.
Saludos, desde mi balcón piso 12 en un anochecer hermoso, cálid, perfecto, con mi perrita Mora y el mate.
Enmascarada: Si, de la que me salve....
Mariale: mas me he reido yo con lo que escribiste..jajajaja
Sil: no me digas esas cosas que me las voy a creer eh! Ademas hay un dicho -original en ingles- que dice: "la luz esa en los ojos de quien mira"
y luego dicen que en australia solo los cocodrilos, los tiburones, las arañas, los lagartos, son los animales peligrosos!!! ademas que esas gabiotas son inmensas!!, lo peor es que con todo el espacio que hay en australia se tenia que sentar a un metro de ti!... grrrrrrr....
saludos,
t.
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