jueves, septiembre 24, 2009

Wilmer

El pana Wilmer vive en Caracas. Igual que el panita Alberto.

Wilmer M., conocido en los bajos fondos como “el Wilcho”, es mecánico de oficio. Soñador, músico y siempre pelando bola, coexiste en esa Caracas de barrio desconocida para muchos; “pobre pero honrado” como diría él. En Venezuela si creciste pobre, por como luces y te expresas –por tu pinta pues- es típico que alguna vez te hayan negado la entrada en algún local nocturno, o te hayan rechazado de algún trabajo, o simplemente alguien se haya incomodado por tu presencia y te lo haya hecho saber bruscamente, tú sabes, ese tipo de roce tan criollo, tan “nuestro”. El caso es que Wilmer, por supuesto, no era inmune a esas sutiles señales y las fue anotando por ahí a través de los años. Hoy no es de extrañar que Wilmer se sienta identificado con su presidente –también conocido en los bajos fondos como “Esteban”-; después de todo este habla y luce como él, a Esteban también “los otros” le dicen “mono” o “macaco”, y es lógico que cada vez que Wilmer escucha que llaman así a su presidente le de un poco de rabia y se identifique aun más con él. Wilmer toda su vida fue pobre y se sintió olvidado por todos, en especial por la clase dirigente; pero hoy en día tiene una conexión emocional con su líder político. Además, gracias a su presidente, él, su esposa y dos hijos ahora están estudiando de noche, todos sacando el bachillerato, y por ello recibe un ingreso de alrededor de $100 por cabeza al mes (que en Venezuela bastante ayuda) Y no sólo eso, sino que el bachillerato lo puede sacar en dos años. Ah, y luego seguir a la Universidad –que son sólo dos años más, Bolivarianamente hablando-. Y ni hablar del mercado popular que ahora tiene el barrio; ni del nuevo servicio de medicina preventiva local. En fin, si tú fueras Wilmer, también quisieras a Esteban de presidente, y hasta el dos mil siempre.

El pana Alberto también vive en Caracas. Igual que el panita Wilmer. En la Caracas del este, la buena, donde las luces brillan bonito. Él se cruza con Wilmer sólo en el taller donde lleva el carro a hacerle el servicio. Alberto es el típico clase media, profesional, graduado de universidad –pública por cierto. Como todo clase media, para él su Venezuela, su país, es su gente, sus amigos de la urbanización, del trabajo, sus recuerdos de universidad. ¿Barrios pobres? Ni de cerca. Jamás ha pisado uno. Como muchos venezolanos medianamente acomodados, él siempre ha tratado de distanciarse de todo lo que le huele a pobre gastando fortunas en mantener apariencias: en carros, en el club, en pinta, en viajes a Miami, en fiestas de socialité, en lujos. A pesar de la situación actual del país, Alberto todavía se siente orgulloso de su origen y su lema es “en Venezuela todos tenemos la misma oportunidad” en referencia a que si estudias y trabajas duro, seguro sales adelante. Y así lo hizo él, estudio y se fajó para llegar a donde está. No obstante Alberto hoy se preocupa porque las oportunidades de salir adelante se le cierran; el actual gobierno interviene empresas productivas para sustituirlas por versiones estatales ineficientes, el desempleo entre profesionales aumenta, los salarios se hacen pírricos. Además se intimida a opositores del régimen con varios esquemas: listas de personas, cierre de medios de comunicación. Sin mencionar que se está destruyendo la educación y con ella el futuro. La guinda de la torta es que su presidente –sí, Esteban- se expresa en forma grosera, vulgar, y él no se siente representado por esos valores. Alberto, sin más, está muy preocupado y no puede entender -no le cabe en la cabeza- que alguien en su sano juicio pueda apoyar al actual gobierno de su país.

Hace unas semanas vino a Perth un dirigente estudiantil venezolano a dictar conferencias en un par de universidades sobre las bondades de la revolución bolivariana. Tuve la experiencia de escuchar –e intervenir- en una de las charlas. El discurso del muchacho me lo sabía, pero una cosa es recordarlo y otra diferente es volver a sentir tan cerca aquello que sólo leía en línea y discutía con amigos después de tanto tiempo. Lo que más me hizo mella no fue lo que dijo el párvulo oficialista sino los post comentarios, lo que luego leí, investigué, discutí, para darme cuenta –y sorprenderme- con lo poco que entendemos los venezolanos a la crisis moral en la que estamos sumidos.

Venezuela tiene una pobreza de más del ochenta por ciento. La clase media es sólo un 10% del país. El solo pensamiento de que todo el que estudie podrá tener una vida digna, como enfatiza Alberto, está ignorando hechos simples como que no a todos su condición les permitirá estudiar. Algunos sin recursos tendrán que trabajar temprano, o a otros la cabeza no les dará para estudiar, después de todo eso no es para todo el mundo. Australia, EEUU o cualquier país de Europa está lleno de gente que no termina la escuela secundaria y todos tienen una vida digna, ya sea manejando un camión, o limpiando o tomando un oficio. Es eso o se sobreviene un problema social, caldo de cultivo para la delincuencia y otros vicios. Que todos, no solo los más educados, puedan vivir dignamente, hace una sociedad real, integra. Pero en Venezuela algunos oficios son pensados para gente de segunda con remuneración de segunda. En términos simples, nuestro problema es el sistema de clases en el que hemos vivido por tanto tiempo, en que no nos pensamos como una sociedad integra sino una sociedad de clases, con gente bien y gente mal. Y así lo ve Alberto, que no se puede poner en los zapatos de Wilmer porque para él Wilmer no existe; Wilmer le arregla el carro, se hablan, bromean entre ellos, pero no lo ve, es transparente.

Recuerdo que cuando vivía en Venezuela traer a colación este tipo de temas era exponerse a que te trataran de “chavista light”. Se sobrevenían miraditas, carrasposos, o en algunos casos hasta agresiones, porque “a esa gente hay que oponérseles, hay que odiarlos”. No se daban cuenta, mis queridos clase media, que de eso se alimenta Esteban, del odio, de las agresiones, como en el caso de Wilmer. El pobre Wilmer tampoco se da cuenta que lo manipulan con una inyección de odio; así como tampoco se da cuenta que esos regalos que hoy recibe no son sustentables en el tiempo porque no producen nada, que la educación que recibe es más un adoctrinamiento político que preparación para un trabajo mejor, y que –peor aún- no van a haber trabajos y ni carros para arreglar en un futuro no tan lejano si las cosas continúan como van.

Lo que más duele es que el problema no es la gente, ni sus dirigentes o políticos, es el sistema. No se puede acusar a Alberto –y menos a Wilmer- de culpables. “La culpa no es del individuo, es el sistema que está podrido” leí por ahí. ¿Y que esperanza hay de que cambie este sistema en una o dos generaciones?

Discúlpeme el amigo lector, yo siempre escribiendo cosas que no le interesan a nadie, pero es que la vida es como un paisaje; puedes vivir en el medio de este pero sólo puedes describirlo si lo miras a la distancia.

domingo, septiembre 13, 2009

Imágenes retro

Hoy fuimos a pasear por Cottesloe beach. En todo el trayecto, ida y vuelta, escuchaba en el carro Soda Stereo, el disco en vivo de la gira “Me veras volver 2007”. Tal vez parezca un hallazgo forzado, pero esta tarde descubrí que Soda le queda de perlas a Perth como sound track. Pero claro, de eso no se enteran los perthianos. Y Cerati menos aún.
Lo llaman memoria musical. Nada trae memorias tan vivas como escuchar esa canción de la misma época. Y allí estaba yo, manejando hacia la casa pero con la mente veinte años atrás en el mirador de la Alameda en Caracas, donde bajo los acordes de Nada Personal a un grupo de amigos nos daban las seis de la mañana hablando pajita de la buena. Y ya a esa hora la sinergia era tal, que lo que fuera, lo que pasara, así fuera una mosquita volando, nos daba mucha risa. ¡Ah! y además éramos inmortales. Sí señor.
Hoy en día disfruto otro tipo de música, pero más nunca ninguna melodía me ha logrado mover como la de esa época. Y claro, estoy consciente que con la edad nos volvemos especialmente remolones a aprender y experimentar cosas nuevas. Hablar otro idioma, la forma en que se socializa, las costumbres o la ideología política, todo eso se debería aprender bien antes de los treinta, y entre más temprano mejor. Luego es mucho más difícil. Y cambiarlo lo es más aún.
Mi filosofía de vida es el balance. Compensar la terquedad de la edad, con la sabiduría de la experiencia que viene con ella. Balancear la tozudez, con el entusiasmo de nunca dejar de sorprenderse con las cosas. Bien lo decía Nietzsche: “la madurez no es más que recuperar la seriedad con la que jugábamos cuando niños”. “¡Y que así sea!” me dije mientras continuaba manejando hacia la casa. Y resoluto, me propuse explorar más aun, vivir más en estos tiempos, que allá afuera hay un mundo nuevo, lleno de gente, música y cosas interesantes. Y así llegue a la casa.
Aquí al llegar, me quito los zapatos y me voy al closet a guardarlos. Para mi sorpresa, cuando abro el guardarropa, reparo en la fila de blue jeans: todos, absolutamente todos ¡eran Levi’s 501! De diferentes colores, pero eran los mismitos de hace 20 años. Y lo demás era igual: los zapatos emulaban los mocasines Sebago y Thunderbird, las franelas ahora no son Ocean Pacific pero son Billabong. Chemises, camisas, pantalones ¡todo era ochentoso! si acaso noventoso temprano. Sí, ese soy yo.
Y horrorizado del hallazgo, me fui a la cama en shock.