A mí me preocupan un montón esas personas que andan por allí perennemente felices. Esos a los que todavía no les has acabado de preguntar “¿Cómo estás? “ cuando ya te saltan encima con un “super ultra recontra híper califragilísticamente efervecente ¡a las mil maravillas!”. Y justo allí, cuando me cae el chaparrón de super positivismo eléctrico, pienso: “¡ay papá! Algo anda muy mal aquí”.
Todo en esta vida es un balance. Como los ingredientes en la comida oriental que mezclan azúcar con picante. O como a mí que me encanta mi trabajo pero eso no me impide el querer unas merecidas vacaciones. Como el Yin y el Yan, todo debe ser balanceado. Y todo tiene su lado bueno y su lado malo. De lo malo poco se habla –porque te hace ver socialmente negativo- pero eso no altera su existencia. El caso es que lo malo existe para compensar lo bueno porque nada es perfecto. Eso es un balance y aprendí temprano que cada quien escoge los suyos, y depende de los que elijas el tipo de persona que seas. Algunos serán buenos balances: la vida familiar, o laboral, o él círculo de amigos. Y otros no serán tan positivos –en ese caso todavía no hay balance-. Pero todos tenemos otra categoría de balances que como que no nos cuadran. Son como unas morcillas en almibar, combinaciones que - aunque intentan ser balanceadas- no terminamos de pasar.
Yo agradezco –y siempre agradeceré- a la providencia por haber nacido y crecido en Venezuela. En ningún lugar del mundo se vive la vida con la intensidad con la que se vive en el Caribe (mi opinión personal claro está, luego de haber vivido en varios países) La estrella aquí es, por supuesto, la rumba, la fiesta, el calor humano. Y que conste, mucho se me ha dicho que eso es efímero, que cuando llegue a viejo probablemente ninguno de mis amigos de farra va a estar conmigo. No estoy de acuerdo. Yo pienso que son precisamente esos momentos los que siempre me van a acompañar, son esos instantes los que realmente transcienden. Con mis amigos me he reído y he gozado un mundo. El resto –como diría un amigo mío- todo se quedará aquí cuando nos vayamos.
Sin duda los venezolanos individualmente tienen una gran calidad humana ¿Quién lo niega? Pero también es verdad que en sociedad, desde una junta de condominio hacia arriba, somos medio desastrosos. Tenemos todo un conjunto de costumbres que hacen que nuestras comunidades funcionen caóticamente. Un país donde el lucir humilde es un pecado, donde se mira por encima del hombro al que tiene menos, donde todo es un mojón mental, no puede producir una sociedad cohesionada; eso produce en cambio roces, que se escalan en rabia, que a su vez escala en delincuencia, que se devuelve en corrupción e injusticia, y es un todos contra todos donde sólo me importo yo, y no me importa el prójimo. Allí entonces, sálvese quien pueda. Porque si no me importas te robo a mano armada. Y si tengo poder político me corrompo y me enriquezco a tu costa, total no me importas.
Grandes individuos. Paupérrimos en conjunto. Mis morcillas en almíbar.
(Inspirado en las últimas injusticias acaecidas en mi país, entre otras…)