En estas navidades ese “allá-y-acá” me ha estado rebotando entre las sienes como un pedazo de hierro candente. Me parece ineludible que hasta el origen de nuestro más conocido plato navideño emule nuestra marca de fábrica: el hecho de que los que siempre hemos vivido “acá” con más educación y recursos ignoremos a los de “allá” en los barrios pobres, sin instrucción, con pocas posibilidades de salir de allí y tener una vida más digna. Me quedo pensando en cómo estamos entrenados para ignorar al prójimo. Y tal vez esa sea la forma de sobrevivir emocionalmente en Venezuela: el blindarse, el no sentir nada frente a la necesidad ajena. Si no fuera así, sufriríamos mucho al ver a un niño de la calle, o al leer un periódico y enterarnos de lo que pasa en Petare cada fin de semana. Demostramos nuestra coraza de insensibilidad cuando –típica visión caraqueña- nos conseguimos a alguien con un ataque de epilepsia en la acera y todo el mundo le pasa por encima sin atisbar a ayudar. Y también probamos nuestro blindaje emocional al trabajar en equipo, desde lo más simple, por ejemplo en una junta de condominio, donde todo el mundo sólo ve su pequeña parcela y cada quien tira para su lado, insensibles de la necesidad del prójimo, y siempre salen todos peleados, con la junta directiva acusados de ladrones. Y lo mismo recuerdo en la organización de casi cualquier cosa: en las reuniones de trabajo, grupos comunitarios, y de allí se puede subir a los partidos políticos, y de allí al gobierno –cualquiera de ellos-; cada quien pensando sólo en su grupo “acá”, insensible y cruel con lo que le pase a aquellos “allá”.
Nosotros, tan familieros y amigueros como somos tendemos a ser sumamente cálidos con nuestro entorno íntimo, pero fuera de allí “los demás no existen ni me interesan”. En estos días de recogimiento espiritual pienso que hay que tener más presente a otros ámbitos. Y no se trata de pensar en los niños pobres de África, ni siquiera en los de Venezuela. Tampoco se trata de hacerse amigo de todos, o de ayudar a todo el que se pueda. Este tipo de cosas se comienza con acciones mucho más pequeñas: con ser amable y respetuoso con todos –especialmente con los que no son nuestro entorno íntimo-, con respetar y valorar la opinión de los demás, o aprendiendo a ponerse en los zapatos de otro. Porque no todo el mundo ve las cosas igual que las vemos nosotros. Por ejemplo, en la figura arriba yo veo a dos viejitos frente a frente. ¿Será posible que alguien vea algo más?
Así de básico estamos.