lunes, noviembre 24, 2008

La invasión de los cyborgs

“Y ahora todo es culpa de los pitiyanquis” repetía el tipo una y otra ves. Lo dijo 200 veces antes de la torta, lo remachaba durante la piñata, lo coreaba durante el cumpleaños feliz. “Pitiyanqui esto, “pitiyanqui aquello”. Y yo permanecía callado. Si acaso le respondía con la sonrisa cabizbaja que uno esboza de cara al piso cuando algo te da vergüenza, porque en el fondo lo que me provocaba decirle era: “pero bueno pana ¿Y quién demonios son esos pitiyanquis?”

Confieso que no leo mucha prensa venezolana en línea. Nunca me lo propuse así pero desde que pisé Australia es muy poco lo que leo. Soy excesivamente práctico –mi defecto- y hace tiempo que perdí la expectativa de encontrarme algo esperanzador por allá. Sin embargo, los últimos sucesos a nivel mundial, más las recientes elecciones regionales –con chance real para los opositores- me han llamado la atención y comencé a leer.

¿Qué ha cambiado? En realidad poco. Hay nuevos términos como los “pitiyanquis” que presumo son “petit yanquis” para referírseles despectivamente, pero el discurso anti-norteamericano no ha cambiado mucho, más bien se ha intensificado; resulta conveniente. Es muy fácil conseguir aliados, particularmente a nivel internacional, entre los que adversan al imperio del norte, y además internamente tiene ese efecto aglutinador de “nosotros-David” contra el “imperio-Goliat”. Mientras tanto, Venezuela está haciendo negocios increíbles con el imperio, las relaciones económicas bilaterales nunca estuvieron mejor –si se les puede llamar así porque los negocios parecen favorecer mucho más al imperio que a los venezolanos-. Bien lo decía Rochefoucault: “La hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud”

Pero volviendo al asunto pitiyanquístico, el presente año ha visto episodios más o menos dramáticos, y por instantes la pugna en los micrófonos y la diplomacia parece haber transcendido lo suficiente como para que un enfrentamiento sea considerado. En el nefasto y tristísimo caso de una invasión pitiyanqui a la tierra de los comedores de arepa, estoy seguro, Obama usaría algo diferente a las tropas marines que ahora ocupan varios rincones del mundo. Siendo Obama un tipo moderno, usaría los soldados del futuro, humanos con exo-esqueletos bio-mecánicos, cyborgs de última tecnología que están en desarrollo en este momento, dada la naturaleza tracalera de su adversario. Los caribeños nos defenderemos ¿pero con qué? Si el elegante portador de la verruga ya le habrá regalado toda la plata a otros países y además el barril de petróleo estará en 30 dólares. No será con armamento ni recursos que nos defenderemos, será con psicología, con inteligencia, con eso será.

Porque estos Cyborgs llegarán a la capital y cuando saquen sus tanques oruga, sus super máquinas de avance terrestre, van a volverse mierda con los huecos de Caracas. No hará falta ni lanzarles un petardo, ellos solitos caerán en los 40 huecos de la avenida Lecuna –aunque Bernal diga que sólo hay 12 huecos sin tapar en toda la ciudad- y se les quebrará la punta de eje, botarán el diferencial. O se quedarán colapsados en la autopista del Este, a cualquier hora y en cualquier dirección, y tendrán que negociar el paso con un fiscal de tránsito vestido de tamarindo, el cual se cree dueño del magnánimo gesto de “tú no pasas ahora”, “tú sí”, “tú no todavía, tu te quedas allí hasta que me dé la perrísima gana”. Y que ni se les ocurra rozar a una moto porque enseguida estarían rodeados por motorizados, una nube de avispas metálicas que les trancarán el paso, los escupirán, les darán cascazos (si los cargan) “y qué pasó apá, vas a revirá, vente pues, vente robotico e’ mielda, vamo'a dano, que’s lo ques, ay apá, ete como que’s algolla”. O serán atracados por malandros invisibles, mucho mejor armados que ellos, que salen de la nada y en la nada se desvanecen dejándolos en ropa interior y si acaso con cinco mil bolos para que se paguen el pasaje o llamen a su mamá.

Y cuando tras mucho esfuerzo lleguen a Miraflores o a la asamblea nacional y vean a los asambleístas o al gabinete de ministros, dirán: “ya va, un momentico ¿estos panas no son Ultraman, Robocop y Terminator que mandamos en la invasión pasada hace aaaaaaaaños? ¡Míralos allí instaladísimos haciendo chanchullos también! ¡Se metieron a políticos y se quedaron pana!". Y así poco a poco los invasores quedarán diluidos entre la población local, desperdigados y confundidos. Algunos se empatarán con una come-viáticos y vivirán para pagarle la operación de lolas o el capricho de turno. Otros acabarán enloquecidos, caminando por la ciudad al lado de los indigentes, recogiendo latas, revisando la basura para sobrevivir. A lo mejor algún cyborg reconozca a uno de sus camaradas mientras huelen pega debajo del puente de las Mercedes:

- Disculpa pana ¿tú eres venezolano o cyborg?
- No sé. No me acuerdo. Pero más chavista será tú madre ‘esgraciao.

Y sólo entonces se darán cuenta que la invasión ha fracasado.

miércoles, noviembre 19, 2008

Saudades qui manquent

Del portugués brasilero aprendí la palabra “Saudade”; esta es “uma espécie de lembrança carinhosa, de um bem especial que está ausente acompanhado de um desejo de revê-lo ou possui-lo”; es como un recuerdo entrañable. Los luso-parlantes se regodean diciendo que no existe una palabra equivalente en otro idioma. No se traduce como nostalgia porque esta lleva adosada un dolor, un recuerdo que deprime y hace daño. La saudade no duele, es más bien una remembranza dulce, o tal vez agri-dulce: es como un recuerdo que pica, a veces arde, a veces causa placer y el disfrute prevalece; es como esa herida a medio cicatrizar que nos eriza al frotarla con las sábanas, y la rozamos de nuevo, no queremos que acabe, nos arde, nos punza, pero gusta.

Del francés parisino asimilé el verbo “Manquer”; la frase en francés “tu me manque” expresa un sentimiento poderosísimo. El cerebro demora en asimilar que una extremidad amputada ya no está allí, y el miembro imaginario puede llegar a picar, doler, sentir frío o calor; “tu me manque” es mucho más que “I miss you” o “me haces falta”; si alguien te manca es como si sintiera que estás allí con todos los sentidos, no hay recuerdo porque virtualmente no falta nada, hasta que un día ves y ya no está, y allí se extraña, pero en la cotidianeidad se vuelve a olvidar que no está, y se vuelve a mancar.

Pero la palabra que aún no he conseguido en ningún idioma es la necesaria para expresar saudade por aquello que deseamos poderosamente, pero que no ha ocurrido y que tal vez no ocurra. Con el pasar del tiempo los adultos nos hacemos más adultos, menos niños, menos imaginativos y soñadores, y tendemos a coleccionar muchas de estas “saudades que mancan”.

Hace muchos años, cuando soñaba más, escuche una canción del maestro Sabina que decía: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Obviando la carga negativa del vocablo “nostalgia”, eso se parece mucho a la palabra que busco.

lunes, noviembre 17, 2008

Bati-cumpleaños

Un día Yel me comentaba que unos amigos australianos no celebraban el cumpleaños; decían que eso era una fiesta pagana, que ¿para qué celebrarlo? En seguida fruncí el seño y muy consternado le respondí en caribe rabioso: “¿como que pa’qué? pues, pa’rumbear, pa’joder ¿pa’que más?”. Yel soltó una carcajada y luego del ataque de risa quedamos de acuerdo en que, sí, un cumpleaños se tiene que celebrar y punto final.

¿Pero cómo celebrarlo? Esta semana cumplo años y esa es la pregunta que me hago. Cavilando mucho al respecto, he compilado la siguiente lista de posibles formas de celebrar un aniversario –o quizás sea un inventario de típicos personajes y formas de festejar su cumpleaños:

- Está el Guasón; siempre cagado de la risa, que conoce a todo el mundo; este es de los que hacen la mega rumba del siglo, con rios de “güisky”, copiosas bandejas de comida, banda en vivo, casa full de gente de los cuales sólo al 2% les tiene confianza como para pedirles un favor. Al final de la fiesta el Guasón casi siempre se emborracha porque –este es mi güisky, mi casa, mi comida, y para eso tengo bastante plata para tirar para el techo, no joda-

- ¿Y se acuerdan de Ma Parker? la mamá bonachona que siempre está tejiendo y protegiendo a sus hijos. Ma Parker sólo celebraría su cumpleaños con su familia y, si acaso, algunos allegados muy cercanos.

- También está el Rey Tut. Este era aquel gordito con la barba de chivo que se creía la reencarnación de Tutankamon. El Rey Tut sufría de amnesia y cuando invita a su cumpleaños en un restaurante, siempre se le olvida aclarar que los invitados tienen que pagar por todo lo que consuman.

- Y tenemos al acertijo; le encanta una adivinanza, siempre está pendiente, preguntando, averiguando quien le está organizando la fiesta sorpresa de su próximo cumpleaños.

- Igualmente aparece el pingüino; siempre con esas entradas espectaculares a rapel o volando con su paraguas. El pingüino celebraría su cumpleaños tomando un riesgo excitante: tipo lanzándose de un puente en bungee, o practicando parapente, o montándose en un globo.

- O se hace como doble-cara que es de los que siempre dice que no le gusta celebrar su cumpleaños pero que está súper pendiente de que quien lo llama o le regala algo. Y que ni se te ocurra mandarle sólo un mensajito SMS o por el facebook. ¡Te hace la cruz!

- Muchos también celebran como el Sr. Frio que el día de su cumpleaños lo congela todo y mira hacia atrás para reflexionar, esperando haber hecho algo bueno con su vida y la gente que lo rodea.

- Claro, también está el que celebra todos los días; aun si no es el día de su cumpleaños. Estos, no necesitan personaje. Después de todo, la vida ya es una tira cómica.

jueves, noviembre 13, 2008

Hija de tigres (3): educando a una tigrita

Estas cosas pasan cuando se educa a una niña en una ciudad capital de un país desarrollado. Hace año y medio inscribimos a Viv en clases de gimnasia rítmica; a ella le llamaba la atención, las clases quedaban cerca, sin mayores pretensiones. En la competición de la foto Viv ganó una medalla de plata. La del centro, esa es la entrenadora. ¿Parece que no rompe un plato, verdad? Resulta que esta instructora ya ha ganado dos veces seguidas la competición de Miss Fitness Australia, que tratándose del país con más deportistas per cápita del mundo, no es una tontería. Aquí está el video de la entrenadora de Viv cuando ganó la competición; en el video, sin duda, esta chica rompe un plato -y toda la vajilla también.

Cuando Viv se supo entrenada por semejante personalidad, el factor motivación pegó un salto cuántico y del tiro Viv se aprendió la coreografía de tanto que la siguió en youtube. De allí, Viv pasó a mostrar la coreografía en la clase, se la enseñaba a sus compañeras, y hasta le han encargado la clase a Viv por algunos instantes. La entrenadora está contentísima con nuestra hijita: la promueve, solicitó que la pusiéramos a hacer ballet, nos ha hablado del futuro de su “carrera”. Veremos a donde llega todo esto.

La entrenadora se enfoca en Viv porque piensa que tiene un talento natural. Igual pasa en la escuela primaria y secundaria en Australia; los profesores detectan a los alumnos aventajados y los promueven de diferentes maneras: los aconsejan más, les recomiendan materias, ponen a los alumnos talentosos juntos en una misma aula donde les imparten conocimientos más avanzados. Y los alumnos con rendimiento normal o subnormal van en otros salones. En realidad cada docente parece estar entrenado para entregar al final del año escolar una curva de Gauss con, digamos, 20% de estudiantes con excelente rendimiento, 60% con rendimiento normal y 20% con rendimiento debajo del promedio.

Nótese que en Australia se buscan talentos naturales, no inducidos o forzados, porque generalmente a los estudiantes no se les exige gran cosa. La función de un docente es vista no como alguien para elevar el rendimiento del estudiante, sino para enseñar y además detectar los estudiantes que pueden aprovechar mejor los conocimientos. Esto es así por varias razones: primero porque no todos pueden ir a la universidad, Australia también necesita técnicos y trabajadores, que por cierto tienen ingresos bastante decentes; y segundo, porque –como en todo país desarrollado- no sobran los recursos como para dedicarlos en estudiantes que no rindan; ellos quieren promover a los que rinden en forma natural, a los que sacan buenas notas sin que se les exija.

Es por eso que los que provenimos de otras culturas, donde siempre se intenta elevar el rendimiento de todos así se desperdicien recursos, al principio nos sentimos ofendidos por este sistema y acusamos a Australia de promover mediocridad. Y es verdad, se promueve mediocridad. Ejemplos sobran:

- Si un estudiante de secundaria va mal en química y los padres piden consulta, la recomendación del profesor es que retire química -que él no sirve para eso.
- Si un niño de primaria ya lee bien, la maestra ya no le corrige la tarea. Sólo confía en que él la haga por su cuenta.
- En el sistema secundario hay un sistema de materias electivas que privan varias carreras universitarias. Muchos profesores deliberadamente aconsejan materias electivas que sólo llevan a carreras técnicas cortas.
- Si se analiza el contenido de las materias se nota también la misma filosofía: el contenido es relativamente escaso, particularmente en secundaria –porque es ineficiente enseñar tanta cosa a un estudiante que probablemente no lo vaya a usar.

Pero si se analiza el sistema educativo australiano desde la perspectiva local, este sistema entrega lo que Australia necesita: líderes profesionales naturales, trabajadores medios, y mano de obra no calificada, cada uno en su justa proporción de acuerdo a una curva de Gauss (aunque a través de los años este sistema ha fallado en entregar profesionales técnicos y aquí es donde los inmigrantes entramos en la ecuación –tema para otra oportunidad) En fin, después de todo, el sistema mediocre no es tan mediocre, sino más bien “inteligente”; una muestra es este ranking mundial de lectura, matemáticas y ciencia.

Este sistema educativo puede ser bastante retador para un padre que tiene aspiraciones universitarias para sus hijos. Además de que el sistema deliberadamente aleja al estudiante de la universidad, el sistema es muy discrecional; el destino del estudiante no es gobernado por evaluaciones imparciales sino más por la percepción del docente de turno o en el mejor de los casos, de la junta directiva de la escuela o colegio. Todo esto significa que el padre tiene que estar allí, involucrado todo el tiempo, tanto para que el niño estudie y haga las tareas –porque la escuela no lo exige, aunque si lo evalúa- como para que los maestros y profesores tengan una buena percepción –dada la discrecionalidad. Hay que hacer “networking de colegio”: hablar con los maestros, otros padres, enterarse de cuales son las tareas importantes, de cuales son las debilidades y fortalezas del niño. Si no es así, el padre nunca se entera, el niño se atrasa, y así se compra la mediocridad que este sistema vende.

Afortunadamente para nosotros nuestra niña es muy estudiosa y sociable. Sale bien porque le gusta, es natural, y se beneficia de la mejor parte de este sistema educativo –y es promovida. En este momento estamos evaluando colegios secundarios para ella –sí, a más de tres años antes de entrar en secundaria, hay listas de espera largísimas. Y aunque la tendencia mediocre es la misma en el sistema privado o público, en nuestra evaluación gana el sistema privado por lejos. Razones y argumentos en un próximo post.

lunes, noviembre 03, 2008

Ernesto 136


Era un día cualquiera de playa en Perth cuando divisé a Ernesto a lo lejos. Allí estaba él sentado en la arena con su esposa, enrollado en un suéter, ocultándose atrás de unos lentes oscurísimos, abajo de un sombrero aussie que lo protegía del sol. Teníamos bastante tiempo sin haberlo visto y nos acercamos a saludarlo: -¿Cómo está todo, Ernesto?-. Nos dijo que todo bien, que el trabajo andando. El tono de la respuesta y las ojeras bajo los lentes me hicieron sospechar que no todo estaba tan bien. Profundizando poco a poco lo confirmamos: -Coño Ernesto ¿Qué te pasa viejo?-. “Nada, no pasa nada pana” nos mintió, antes de sincerarse. Lo que nos contó enseguida, me hizo recordar algo que llevo presente desde entonces: pocas situaciones te dejan con esa sensación de desamparo como cuando acabas de nacer; una de ellas es inmigrar con familia y sin trabajo a un país que no conoces.

Pero esta historia no comienza aquí; este cuento comienza en Venezuela, al menos dos o tres años antes. Ernesto, muchacho treintón temprano, recién casado, había aplicado a una visa de residencia permanente para venir a vivir y trabajar a Australia. Ernesto, como muchos, despotricaba de todo sobre el país que lo vio nacer. En Venezuela todos criticamos, claro, pero no con la saña de Ernesto: “es que la gente aquí es desordenada”, “aquí sólo sobreviven los vivos y corruptos, por eso me voy, allí les dejo su porquería de país”. Exceptuando ese detalle, Ernesto llevaba una vida normal, con trabajo, amigos, familia, esposa y todas sus relaciones en orden.

Ernesto llegó a Australia en una visa 136 de residencia permanente, sin trabajo, con un buen inglés, una maleta llena de ilusiones y muchísima determinación. Algunos de sus compatriotas le ofrecieron la típica ayuda de “escribe esto en el CV” o “para conseguir trabajo necesitas tales contactos”. Ernesto se sintió abrumado por todos los consejos no solicitados y así nos lo hizo saber: “¿será que estos creen que soy tonto?” nos decía. Sin embargo en ocasiones sintió lo contrario, que no lo querían ayudar, cuando no consiguió la recomendación que sí solicitaba. En fin, Ernesto a las pocas semanas después de llegar consiguió lo que buscaba: un trabajo en su profesión.

Un buen día Ernesto me dijo: “los venezolanos aquí son chismosos, todos se meten en la vida de todos. Además son unos engreídos, se aíslan, no se integran con la sociedad australiana”, y siguió: “… ¿para que me voy a venir aquí tan lejos? ¿para andar con venezolanos? Si de ellos es que me vine escapando...” Con el transcurrir de los días pude constatar que las últimas amistades de Ernesto eran ciertamente algunos venezolanos que tenían esta línea de pensamiento apátrida, pro-adaptación social al país de adopción; recuerdo que así había muchos compatriotas en la Florida y en Europa, es más, esta actitud es típica nuestra, pero de todos el más radical me parecía, hasta ahora, Ernesto, por el tono y la frecuencia de sus embestidas.

Con su nuevo trabajo Ernesto se mudó. En su nuevo vecindario Ernesto hizo una fuerte amistad con un señor mayor latinoamericano retirado, que había llegado a Australia hacia muchos años. Tenía tanto tiempo aquí que había perdido el acento original en español de su país, tanto que ni recuerdo de cual país era. Ernesto y este señor se hicieron grandes amigos, eran casi como padre e hijo. Coincidencialmente el señor también tenía una visión de asimilación a Australia a ultranza y veía con malos ojos a los inmigrantes latinos recientes, diría yo que los prejuzgaba como pocos dados a adaptarse. ¿Por qué? No se. O quizás sí se: tiene razón que muchos latinos no quieren adaptarse (así como muchos británicos, sudafricanos, o de cualquier origen), en gran parte porque pocos quieren asimilarse en los términos que este señor definía. En un par de ocasiones compartimos las tres familias y pude escuchar recomendaciones como estas: no es bueno tener muchos amigos, no hagas amistad con tus compatriotas –eso no te ayuda a adaptarte-, aquí se duerme a las 8:00pm y nos levantamos a las 5:00am –tú debes hacer igual, ¿los domingos? Sólo se ve el footy –y tu debes hacer lo mismo, así podrás seguir la conversación sobre footy el lunes en el trabajo. Y Ernesto parecía estar comprando todo el repertorio; el pobre estaba a punto de perder la única ventaja que en mi opinión tienen los inmigrantes en Australia: que no somos australianos y podemos tener una visión un poco más amplia.

A Ernesto cada día lo veíamos menos, hasta que no lo vimos más. Yo me quedé asistiendo a parrillitas y reuniones todos los fines de semana con cualquiera que quisiera compartir con nosotros –que casi siempre eran venezolanos que además son los únicos que aguantan ese trote, pero de vez en cuando también compartíamos con los menos cuantitativamente sociables aussies o con cualquier otro. Pero Ernesto se perdió. Continuó perdido hasta ese día en la playa cuando lo vimos de nuevo.

Esa tarde en la playa, luego de casi un año sin ver a Ernesto, él nos habló de una experiencia en Australia que me era ajena. Nos habló de su familia que le reclamaba el haberse ido. Nos habló de familiares que lo necesitaban, de su culpa por haberlos dejado y de cómo se lo echaban en cara. Nos habló de soledad. Nos habló de muchas otras cosas que no dijo pero que estaban allí evidentes: de una profunda depresión, de que no había conseguido una vida social satisfactoria y estabilidad emocional entre australianos y locales. Habló, habló muchísimo. Y luego de esa tarde, se nos volvió a perder. No lo hemos visto más.

Inmigrar a Australia en una visa 136, con familia, a buscar trabajo en otro idioma, a donde no se tiene una historia, es como volver a nacer, te deja absolutamente vulnerable; pone a prueba todo lo que tienes, lo mejor y lo peor: tus prejuicios e inmadurez se manifiestan, tus demonios te persiguen, pero también potencialmente tus fortalezas y sobre todo tu espíritu brillan. Y hablando de espíritu, hay una frase que una vez leí en un cuento inocente que ahora se me antoja muy apropiada: "La pura lógica es la ruina del espíritu".